La política patriarcal actual se mueve entre la demagogia de partidos y el totalitarismo tiránico, con sus muchos matices locales. Toda ella está condicionada por la economía capitalista, defensora del "derecho a la propiedad", eufemismo del "derecho a enriquecerse".
No es más libre quien más tiene. El hombre se engaña cuando confunde la libertad personal con el derecho a enriquecerse. La libertad no proviene del derecho a la propiedad privada. La administración de la propiedad privada y los intereses sociales marcan hoy la agenda política: todo se reduce a un debate absurdo entre socialismo y liberalismo, ambos igual de corruptos. Las reglas del juego son éstas, y no se ponen en duda (excepto con el comunismo, que terminó siendo igual de patriarcal) aunque no favorezcan en nada al bien de futuras generaciones.
Los filósofos varones como Locke han enaltecido el derecho a la propiedad individual. Mientras el varón tenga derecho a la propiedad privada, tendrá el "poder" de comprar a las personas, especialmente a las mujeres, para fines que todos conocemos, ya sea bajo la forma de esposa o de prostituta.
En sociedades matriarcales como los Mosuo, la matriarca del clan es quien guarda y administra los bienes para cubrir las necesidades de la familia, sin ánimo de enriquecerse. Los varones carecen de propiedades, y sus ganancias las entregan a la madre. Son felices, no existen conflictos ni envidias, y por muy extraño que pueda parecernos, no ven en ello ninguna injusticia. ¡Por no hablar de ausencia de prostitución, de machismo, de violencia y de traumas infantiles!
A parte de entregarle la propiedad al Estado o sacralizar el derecho a la propiedad privada, existe otra alternativa no patriarcal: la propiedad comunitaria de las madres. Ello implica negar la propiedad privada (capitalismo) y la estatal (comunismo). Es una vía igual de legítima, donde sólo aquella que transmite la vida, la madre, tiene el derecho a servirse de los bienes de la Naturaleza para el bien de sus hijos.
"Guardaos de toda ambición de riquezas porque, ni en medio de la abundancia, la vida de un hombre no reside en sus bienes" (Lc 12, 15).
¿Significa eso que el varón no tiene derecho a poseer nada como propiedad? En efecto, la propiedad privada ha sido el peor 'derecho' que se le podía ceder al varón. Eso puede cambiar a decisión de la madre, quien ostenta la máxima autoridad en el grupo familiar. Sólo en la medida en que el varón sirva al bien común y cumpla sus deberes para con la comunidad debería obtener favores y derechos, y siempre como préstamo por su aportación a la comunidad familiar. Las sabias comunidades matriarcales saben muy bien que debe limitarse la codicia del sexo masculino.
Esto no tiene nada de anárquico: la mujer ostenta la soberanía y la autoridad. Ya no el Estado, otro ente nacido de la imaginación patriarcal. La anarquía no es deseable, pues termina favoreciendo al hombre, tentado siempre a servirse de la fuerza ante "lo diferente". Además, los clásicos teóricos anarquistas, igual que muchos comunistas, han sido varones, y su aversión hacia el misticismo les impide trascender su naturaleza egoísta y ver más allá de la superficie.
Al hombre, más que a la mujer, hay que marcarle los límites de su poder, y más viendo cómo la historia nos ha conducido a la decadente situación actual.
Creemos que tenemos derecho sobre los bienes de la Naturaleza para nuestro provecho propio. ¿Qué derecho tiene el planeta entonces? ¿Qué derecho tienen nuestros hijos, las generaciones futuras, si el hombre del presente malgasta caprichosamente los bienes que necesitarán para su supervivencia?
El hombre que se enriquece termina convirtiéndose en banquero. El banquero vive de la usura, la negación del trabajo y el esfuerzo. La banca es un invento masculino. La búsqueda del máximo beneficio con el menor esfuerzo está en la base del capitalismo. El deseo individualista, sacralizado en el "derecho a la propiedad privada" dota al patriarca de un falso sentimiento de libertad.
Los varones se han apropiado de conceptos como libertad, vida, igualdad, Dios,... manipulándolos en beneficio propio. Esos conceptos deben redefinirse desde una nueva perspectiva, la perspectiva femenina. No tiene sentido que sólo media humanidad sea la que tenga la última palabra sobre asuntos tan decisivos.
Las mujeres que han asimilado los valores patriarcales son aquellas que han preferido la opción de venderse a cualquiera por egoísmo. Ésta opción para la mujer queda descartada si desposeemos a todo varón del derecho a la propiedad y de autoridad.