2 de noviembre de 2009

La dignidad del varón matriarcal.

Mujer, ¿cómo saber si el amor de tu compañero es sincero e incondicional?
Sencillo, si éste accede a que vuestros hijos lleven el apellido materno en primer lugar.
En caso de negarse a ello, ten por seguro que ese hombre no vale la pena, es igual de egoísta que sus congéneres, no merece ser calificado de matriarcal. Es un adepto más del androcentrismo.
Aunque un varón se vista de progresista, inconformista, comunista, rebelde, antisistema, anarquista, sindicalista, liberado,... por muy revolucionario que aparente ser, mujer, mientras no sea capaz de anteponer tu apellido al suyo, es un ser egocéntrico y patriarcal, incapaz de mirar más allá de sí mismo, incapaz de negarse a sí mismo por amor a ti, una diosa. Sólo desea tu cuerpo para satisfacer la voracidad de su apetito. Con el tiempo se volverá contra ti, como todos los patriarcas, y te anulará aún cuando otrora te adorase, o callará a regañadientes acumulando rencor contra ti, desorientado.

El varón que libremente decide negarse a sí mismo por amor a la Mujer, no sólo reniega de su ego, de la violencia y del autoritarismo, además demuestra un nivel de libertad interior que le dignifica al haber elegido la mejor parte. Es el paradigma de hombre libre, el que ha superado las determinaciones biológicas para someterlas a la elección del amor incondicional. Pues comprometerse en actitud de servicio total y desinteresado a la mujer no significa renegar de la libertad personal. De hecho, el varón siempre tendrá la libertad de abandonar a la mujer si ésta no le respeta. Él no es esclavo de nadie.
Es el hombre que se siente libre de sus condicionamientos culturales y biológicos. Es la libertad que procede de la presencia femenina que lo habita, y nadie puede arrebatársela. Ha descubierto una llama sagrada en su interior, la misma que mora en los espíritus de sus hermanas, y por fin las mira con ojos nuevos, ojos de admiración y respeto.

El varón matriarcal se reconoce a sí mismo, por fin, en el rostro de cada mujer. Puede compartir sus penas y alegrías, puede dejar de juzgarla por su físico, puede agradecer su amistad. Contempla su belleza con encanto, sin el deseo de poseerla, pues se identifica con ella espiritualmente y ama su libertad.

El varón matriarcal es digno ante la Madre Naturaleza, ante la humanidad y ante sí mismo. Poco le importan las descalificaciones del resto de patriarcas quienes todavía siguen esclavos de su propia ceguera, acomodados en su inseguridad disfrazada de autoritarismo.

¡Mirad al nuevo hombre, entregado a la Madre Naturaleza, de la que se reconoce Hijo, y de la que recibió la vida en el templo uterino!

El varón libre ya no vive como los hombres, ya no mira como el resto, ya no siente miedo a la muerte, sabe que la Diosa está de su parte. Se siente bendecido por haber nacido de mujer, por sentirse parte de la Vida y por haber tomado distancia de sus fantasías alienantes. Desea con todas sus fuerzas fundirse en la sabiduría femenina, guiarse por ella, dejarse contagiar por su alegría y danzar a su ritmo, sea cual fuere.

El varón matriarcal se deja sorprender por la mujer, no sabe adónde le conducirá, no sabe qué esperar de ella, y sólo por ella saborea la vida. Es el hombre que no se resiste al canto de las sirenas y se deja arrastrar por ellas, confiado, sabiendo que no hay muerte allí donde hay amor.

Es el hombre que ha descubierto que la felicidad no la dan las posesiones ni las riquezas, ni el poder, ni la fuerza. La felicidad está en servir a la Vida, en concreto a aquellas que pueden gestarla, abandonarse a su pasión por la vida, satisfacer sus deseos, y reverenciar el profundo amor que siente la madre por sus hijos.

Restaurar la matrilinealidad es el primer paso para socavar los fundamentos del patriarcado. Es la primera demanda que se le debe hacer a cualquier varón que anhele la auténtica libertad.