Igualmente, la mujer que se desentiende del feminismo ha sido desnaturalizada por el patriarcado: tristemente seguirá pariendo y criando criaturas que reproducirán los mismos ideales violentadores, represivos y culpabilizadores que la tienen sometida.
A no ser que se trate de un varón profundamente espiritual (no confundir con religioso), centrado, liberado de su propio ego, más dado a la mística que a alimentar su orgullo, no podrá hacer suya la reivindicación feminista. Hombres así son difíciles de encontrar, y más aún cuando las iglesias se esfuerzan en transmitir una imagen infantil y pervertida de la espiritualidad, o cuando las drogas y la industria del ocio han mercantilizado el éxtasis, o cuando el poder político invierte tanto esfuerzo en desviar nuestra atención a otros asuntos "de vital importancia".
El varón que se niega a sí mismo y abre los ojos a la realidad se dará cuenta de que, dada la trayectoria de los últimos milenios, la defensa de la mujer es ya un deber ético ineludible, el mayor compromiso espiritual, el primer problema transversal de la humanidad, y una lacra gravísima de cuya solución depende el futuro del planeta.
El feminismo apunta a la raíz, a la causa profunda de la crisis de la humanidad, mientras que otros movimientos sociales clásicos (ecologismo, comunismo, socialismo,...) atienden causas justas pero sin llegar hasta el fondo, sin resolver la injusticia más universal y más velada: la hegemonía del patriarcado, la profanación de la dignidad femenina y de nuestra interdependencia con la naturaleza.
¿Acaso los varones que callan no son cómplices del trato inhumano hacia las mujeres?
Para nosotros no puede ser ya un tema que nos resbale. Despreocuparse de más de media humanidad y seguir pensando que las reservas de petróleo, los presupuestos del estado, el fútbol, la religión o la política son los únicos problemas que nos afectan es desear permanecer en la ceguera y la alienación.
Por otra parte, el cristianismo oficial ha llegado hasta tal punto de endogamia que no es capaz de sentir compasión ante el problema más trágico de nuestra especie: la sumisión de TODO (incluso del mismo Jesús) al poder exclusivamente masculino.