29 de noviembre de 2011

Lo que no puede la ley... ¿lo puede la matrilinealidad?



No he podido evitar compartir esta escalofriante noticia. ¡El 80 por ciento de los jóvenes de entre 14 y 18 años piensan que, en una relación de pareja, la chica "debe complacer" al chico!

Si esa creencia perdura en la edad adulta, la pareja heterosexual tendrá un problema serio.
No resulta difícil adivinar de dónde provienen este tipo de ideas. Flota en el aire: en sus propias familias, en los medios, las amistades,... por no hablar de la pornografía al uso dirigida exclusivamente al público masculino, que destaca por degradar a la mujer descaradamente.

Así que, por mucho que nos esforcemos en construir una vida pública con leyes y políticas igualitarias, no parece ser suficiente. Mientras no se solucione el problema de base, reformando la familia, la fuente principal de los valores personales, el inconsciente colectivo seguirá manteniendo y propagando antivalores patriarcales de dominación y sumisión.

En un momento histórico como el que se avecina, donde por muy igualitarias que sean las leyes faltará presupuesto para hacerlas cumplir, no quedará más remedio, si queremos enmendar esta situación, que actuar desde la primera escuela en valores: la familia.

Pido mil disculpas si esto ha sonado a eslogan ultracatólico, no era mi intención. Ni por asomo, sabéis que soy un feminista radical. Es decir, un humanista radical.


La familia matrilineal, la mejor escuela de igualdad.

La familia patriarcal nuclear (con el varón como cabeza de familia) sigue siendo la fórmula hegemónica a escala mundial, pero ya ha cosechado suficientes injusticias, neurosis y desigualdades como para que sigamos confiando en ella. Sois libres de adoptarla como vuestra en vuestros hogares, pero por favor, dejad de mentir diciendo que es el único modelo viable de familia.

Las familias bicéfalas (con dos cabezas de familia), basadas en un ideal abstracto de igualdad, funcionan bien cuando no hay hijxs. Pero la paternidad termina desenmascarando vicios ocultos cuando toca arrimar el hombro con tareas propias de la crianza y el cuidado: la pugna de egoísmos ya no sirve cuando hay niñxs.

Sin embargo, la familia matrilineal (donde la mujer es cabeza del hogar), abierta a diversidad de fórmulas y tolerante por naturaleza con la multiculturalidad, nacida de la decisión última de una mujer libre, decisión de ser madre o no ser madre, con o sin compañero, pero apoyada por una red de familias que han rechazado conscientemente todo residuo de dominación y egocentrismo patriarcales, puede dar lugar a una nueva generación de gente joven empapada de humanismo y cultivada en la cooperación para resolver los problemas.

Noticias como la anterior me confirman en mis convicciones. La familia matrilineal es la mejor vacuna contra la cosificación de la mujer. En ella, lxs jóvenes crecen aprendiendo a anteponer el bien común al individualismo rampante propio de las sociedades patriarcales.

Aprenden a respetar el amor incondicional y el trabajo desinteresado, porque lo han recibido de sus madres, y no se les oculta el valor importantísimo de esa dedicación. En la familia matrilineal reina un espíritu de cooperación, sin celos ni competitividad. Otorgan a los útiles y propiedades el valor que se merecen, sin endiosar el dinero ni considerarlo la medida de todas las cosas. La propiedad es compartida y transmitida de madres a hijas. Los hombres descubren que son más libres sin propiedad privada que con ella, y aprenden a amar y respetar a sus hermanxs para hacerse un lugar en la comunidad. No existe el "derecho a acumular cosas hasta el infinito", el derecho a la propiedad privada tal y como nosotros hoy lo entendemos. Y los apellidos, lógicamente, pasan por vía materna.

Aprendemos una nueva forma de ser hijos y hombres: si con nuestra renovada conciencia ayudamos a romper el nexo masculinidad=violencia, los hombres seremos parte esencial de la comunidad, valorados y reconocidos. El patriarcado ha desacralizado al hombre, lo ha embrutecido, enfrentando a madres con hijxs, haciéndole creer al varón que él es el rey padre todopoderoso. Puede que algún día los hombres volvamos a ser sagrados, como nuestras hermanas, aunque eso conllevará necesariamente la pérdida de todo poder sobre ellas.

Una paternidad que consiste en el servicio desinteresado a la familia, y no es ya un conjunto de privilegios propios del "padre biológico", sí merece la pena.
De otra forma, insisto, el padre biológico sobra, es un estorbo.

El matriarcado, o la ausencia total de patriarcado, es el orden natural de convivencia humana, y la matrilineal me parece la estructura familiar más liberadora.

Maternidad libre, paternidad humilde y filiación amorosa para todxs.