Los mitos sobre la infancia de Jesús no se corresponden con ningún hecho histórico, y tratan de buscar similitudes con escenas del Antiguo Testamento. Esos mitos no reflejan hechos, sinó valores, adoptando paralelismos con antiguas profecías para darles más credibilidad. Tampoco son historias lineales, sino fragmentos recogidos de la tradición oral que se gestó durante los primeros cien años de la historia del cristianismo.
Si leemos los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas, veremos que forman en sí mismos un texto autónomo del resto, y terminan con un reconocimiento a la profetisa Ana. ¿Fue ella quién aportó el material para esos capítulos?
Los serios académicos más 'racionalistas' han ridiculizado tales pasajes por tratarse de fantasías demasiado femeninas y pueriles.
Lutero, gran teólogo machista, decidió que esos mitos eran demasiado infantiles para tenerlos en consideración.
El lenguaje literario no siempre nos habla directamente. Ver más allá de lo literal y de lo que otros han enseñado sobre un texto es una labor necesaria para llegar al contenido más profundo. La hermenéutica, o arte de la interpretación, es la búsqueda de nuevos sentidos en función de nuestra perspectiva particular.
Expongo seguidamente una interpretación del mito de la Anunciación:
"He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra." (Lc 1, 38)
La teología viril y los Padres se han servido de esta frase para ejemplificar la santidad femenina: la mujer debe servir al varón, porque según la Tradición sólo varones fueron elegidos por Jesús para predicar, mientras que las mujeres tienen la función de imitar a la Virgen en su actitud de servidumbre.
Una lectura distinta del mito nos invita a pensar todo lo contrario. Este mito no negaría la libertad de la mujer, al contrario, la afirmaría de manera última. Como tantos otros mitos de origen femenino, al transcribirlo, el evangelista hace uso de ese lenguaje que tanto gusta a los varones dominantes, el de la sumisión y la esclavitud de la mujer, pero en sí esconde un mensaje sumamente antipatriarcal que espera ser rescatado.
El lenguaje mítico es así, confuso: se dice una cosa, pero no se afirma necesariamente en sí misma, sinó que está ahí para negar lo contrario. Hay que leer entre líneas...
En realidad, cuando María se proclama esclava de Dios está diciéndonos que se niega a ser esclava de ningún hombre, pues ella sólo se entregará al Amor. María es la mujer que no permite que José, un carpintero enamorado de ella, sea quien decida sobre su vida.
De hecho, José es otro paradigma de hombre matriarcal: en virtud de su amor, está al servicio de María, para servirla y protegerla de los genocidas patriarcales comandados por Herodes. No se interpone entre Ella y su Hijo para nada, de hecho queda bastante en la sombra. La humildad de José debió ser ejemplar para Jesús, igual que lo ha sido para toda la Tradición, pues no le inculcó una idea de la masculinidad dominadora y autoritaria, sino de respeto y amor hacia su Madre. José supo mantener la distancia respecto a María, salvaguardando su libertad. A diferencia de la mayoría, José era más un amigo que un padre, muy distinto de aquellos varones veterotestamentarios.
Jesús creció en una familia con unos valores matriarcales arraigados en su inconsciente.
Es duro el versículo donde un Jesús adolescente le dice a su padre biológico que su Padre es Dios y su casa el templo (Lc 2, 49-50). Es duro para nuestra mentalidad ver cómo José no abre boca y sólo María es la protagonista. Es duro..., a no ser que se dé por supuesto que era una familia donde el padre pintaba más bien poco. Y eso ya me cuadra más.
El José mítico era consciente de que no debía tratar a Jesús como a su hijo (pues era el Hijo de Dios), sinó más bien amarlo como al hijo de la mujer a la que amaba. Cuando un hombre actúa como padre, suele tratar peor a los niños que cuando actúa como amigo de la madre de esos niños. Los padres con conciencia de padres son poco pacientes, más bien autoritarios. Se creen demasiado su papel, con derecho a adjudicarse la autoridad que le es propia a la madre.
En cambio, el hombre que ama a una mujer de verdad (y si esa mujer le permite quedarse a su lado) respetará a los hijos de ésta y los tratará con más cariño. Sabernos padres nos ofusca la mente y puede llevarnos a proyectar en el niño nuestras frustraciones y deseos, repercutiendo negativamente en su crecimiento espiritual.
Nuestro egoísmo (muchas veces camuflado bajo el eufemismo de 'mi libertad para educar a mis hijos') debe ser negado para alcanzar otra Libertad distinta, la que nos refiere únicamente al Amor que siente la Madre por su hijo.
El mito de la anunciación del nacimiento del Bautista es incluso cómico. Ante la resistencia de Zacarías, futuro padre de Juan, el ángel Gabriel le deja mudo. Juan nace y en el momento de su circuncisión todos insisten en ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Isabel, en contra de todos, es quien elige el nombre de su hijo. Y el pobre Zacarías, enmudecido por Dios (más bien por una Diosa traviesa, jaja) escribe en una tablilla que Isabel tiene razón, que su nombre será Juan. Sólo tras reconocer la autoridad de Isabel, Zacarías recupera la voz y el Espíritu Santo le llena de gracia.
En estos textos hay dos guiños, dos frases que, a mi parecer, podrían delatar la autoría femenina de tales mitos:
"María, por su lado, conservaba todos estos recuerdos, y los meditaba en su corazón" (Lc 2, 19)
"Había también una profetisa, Ana, (...) alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén". (Lc 2, 36-38)
Seguramente el papel de esta profetisa fue decisivo a la hora de crear tales mitos. Su defensa de la mujer es clarísima: el Espíritu Santo enmudece a los hombres, los padres de esos niños, para que sean las Madres las que hablen en nombre de Dios ante el público. La misma profetisa Ana permaneció soltera durante años, muestra de su independencia respecto al matrimonio y al hombre.
La profetisa Ana define el modelo de familia propiamente cristiano: la familia matriarcal.
Impresionante. Gracias, profetisa Ana, por introducir la semilla del matriarcado en la Palabra de Dios.
Estos mitos son el modelo de la auténtica familia cristiana, donde la mujer independiente decide sobre su maternidad y decide los límites de la autoridad del padre, en virtud del amor, humildad y servicio que éste le profese.
¡El Espíritu Santo habla a través de mujeres y enmudece a los hombres!
¡El padre/marido/hombre carece de autoridad ante la madre/esposa/mujer!
Así es como el Evangelio de Lucas empieza, con un reconocimiento a la obra profética de Ana, santa patrona de este blog.
Para una aproximación seria a la naturaleza de estos escritos, aconsejo visitar el blog de Antonio Piñero.