Reproduzco aquí este interesante artículo escrito por el teólogo Xabier Pikaza, extraído de su blog. Es uno de los teólogos católicos que ha osado pensar más allá de lo estrictamente oficial.
La figura de las matriarcas humanas (especialmente del libro del Génesis) ha crecido en el recuerdo de Israel, mientras que la figura de la Diosa o de las diosas ha tendido a ser borrada. Se trata de un fenómeno normal, porque después del exilio y, en especial, en el tiempo de la redacción de la Biblia, la diosa aparecía como figura nefanda, que debía ser tachada para siempre.
Sin embargo, esa “borradura” no ha podido ser total, pues la figura de la diosa ha sido demasiado importante y ha dejado “su sombra” en muy diversos textos de la historia israelita.
En general, el primer recuerdo de los pueblos suelen ser sus figuras trascendentes (las diosas). Pero, sin negar esa afirmación general, debo añadir que en el principio de Israel se ha dado una situación especial, pues muchísimo más que la diosa (diosas), común en otros pueblos y en el conjunto de la cultura cananea, ha influido un factor revolucionario: la figura de un Dios Yahvé, sin imagen ni función sexual, un Dios trascendente y celoso (guerrero), propio de unos grupos nómadas que traen recuerdos de un éxodo de Egipto.
En general, el primer recuerdo de los pueblos suelen ser sus figuras trascendentes (las diosas). Pero, sin negar esa afirmación general, debo añadir que en el principio de Israel se ha dado una situación especial, pues muchísimo más que la diosa (diosas), común en otros pueblos y en el conjunto de la cultura cananea, ha influido un factor revolucionario: la figura de un Dios Yahvé, sin imagen ni función sexual, un Dios trascendente y celoso (guerrero), propio de unos grupos nómadas que traen recuerdos de un éxodo de Egipto.
Por un lado hallamos a la Diosa (al Dios/Diosa), más propio de los cananeos, que habitaban ya en la tierra (una diosa que los israelitas irán borrando, negando…).
Por otro lado hallamos al Yahvé suprasexual (guerrero), más propio de los invasores que llegan del desierto.
Del enfrentamiento y fusión de esos dos modelos religiosos (a los que se puede añadir quizá el recuerdo de los patriarcas trashumantes, de los que hablaremos al tratar de las matriarcas) ha surgido la religión bíblica judía.
Así podemos afirmar que al principio no había diosa (si nos fijamos en los grupos del «sólo Yahvé»); pero también podemos afirmar que al principio estaba la diosa (si destacamos más la aportación de las poblaciones cananeas). En la historia posterior de la Biblia judía ha tendido a imponerse la visión del «único Yahvé», pero no ha logrado hacerlo plenamente, es decir, sin transformaciones, como iremos viendo en lo que sigue. De todas formas, el culto de la diosa ha quedado tachado y sólo mirando más allá de las tachaduras podemos recuperar su memoria.
Según eso, la Biblia en su conjunto (en su redacción postexílica), apoyándose en la crítica de los profetas y en el culto oficial del templo de Jerusalén, tras la reforma deuteronomista (a finales del siglo VII a. C.), ha rechazado el culto de la diosa y sin embargo ella (la Ashera) ha sido, con el “toro de Baal”, la figura que más se ha encontrado en las excavaciones de la tierra de Israel. Se había pensado que en Israel no podían haber existido las diosas, pues eran a la “ortodoxia yahvista”; pero esa ortodoxia tardó en imponerse, de manera que, en el tiempo antiguo, hasta el exilio (siglo VI a. C.), la figura de la diosa resulta frecuente en Israel.
En el principio, la figura de la diosa no era contraria a la identidad de Israel (sino únicamente al grupo del «sólo Yahvé»), ni provenía de fuera, es decir, de cultos extranjeros, sino que estaba arraigada en la experiencia de los cananeos autóctonos que fueron integrados casi desde el principio (al menos desde el siglo XI a. C.) en la religión israelita. La Biblia Judía posterior ha querido borrar esa memoria, para reescribir la historia desde la perspectiva del Yahvé guerrero trascendente, que domina cielo y tierra y que destruye a los pueblos enemigos. Esta “erasio memoriae” ha marcado la visión de posterior del judaísmo, que ha querido rechazar la imagen femenina de Dios. Pero esa represión no ha sido total y ha terminado siendo en parte inútil, pues la huella de la divinidad femenina ha configurado el conjunto de la Biblia, pues lo borrado (reprimido) ha vuelto y ha seguido presente, de modos distintos.
Tenemos un testimonio irrefutable: el resultado de las excavaciones arqueológicas, que se han venido haciendo en la tierra de Israel, de manera sistemática, sobre todo en los últimos decenios. Lo que la Biblia ha querido ocultar aparece en forma de cientos de estatuillas, que recogen y recuerdan el culto de la diosa, no sólo en los tiempos anteriores a la conquista israelita (en torno al siglo XI d. C.), sino en los tiempos posteriores. Ella, la diosa, como figura materna y/o femenina, es la más abundante, de manera que podría decirse que refleja la religiosidad personal o familiar y grupal de la mayor parte de los habitantes de la tierra (junto al toro de Baal, que es signo masculino de la fecundidad).
Todo nos permite suponer que en el principio, cuando vino del desierto para instalarse en la tierra de Canaán y conquistarla con sus fieles guerreros, Yahvé no tenía esposas (Ashera), sino que aparecía como Dios solitario y celoso, incapaz de compartir su poder con una diosa. Pero con el tiempo, una vez instalado en Canaán, el Dios de la furia del desierto (originario quizá de los madianitas), tendió a tomar esposa, como muestran dos famosas fórmulas de bendición donde él aparece vinculado con su Ashera:
(a)Una de esas fórmulas se ha encontrado en Kuntillet Ajrud, cerca de Cades Barne, en el desierto sur de Judea, zona de cruce de caravanas, donde ha aparecido una vasija con un texto del siglo VIII a. C. (en pleno período profético) en el que se dice: “Yo te bendigo por Yahvé de Samaría y por su Ashera”. Así aparecen unidos, dios y diosa, como fuente de la única bendición. De esa manera, el mismo Yahvé, que en el culto antiguo de sus fieles, aparecía como solitario (Señor la guerra), se encuentra ahora integrado en una pareja divina, de manera que él y su consorte (la Ashera) constituyen un único principio divino de bendición y vida.
(b) Otra fórmula semejante, aunque es algo posterior, ha aparecido cerca de Khirbet El-Qom, no lejos de Hebrón, sobre el pilar de una cueva funeraria, lo que prueba la importancia de la figura de la diosa, asociada a Yahvé, en pleno período monárquico, en el momento en que van a iniciarse las “reformas yahvistas”: “Bendito sea Uriyahu por YHWH y por su Ashera”. Eso significa que en un plano popular, en la religión de la vida, por lo menos hasta el exilio, muchos israelitas han venerado a un Dios dual, masculino y femenino, sin que la religión “más oficial” del “sólo Yahvé” haya logrado imponerse.
En contra de la versión oficial de la Biblia posterior, el culto de la Ashera no tenía un origen extranjero, sino que ella pertenece a uno de los sustratos más antiguos de la religión judía, en la que ella aparece asociada como diosa y consorte al Dios supremo, definiendo un tipo de dualidad que podía haber determinado toda la religión judía posterior (que hubiera sido así diferente). En el origen de la realidad se encuentran, según eso, Dios y diosa, lo masculino y lo femenino, formando una pareja sagrada.
Sólo tras el exilio, rechazando (o borrando) esa dualidad y queriendo recuperar, en circunstancias distintas, la figura del «sólo Yahvé», que trasciende la dialéctica de lo masculino y femenino (que no es Dios ni Diosa, sino Señor sin imagen, ni forma), la religión israelita se centrará en un poder superior, que no es ni hombre ni mujer, ni patriarca ni matriarca, aunque simbólicamente tenderá a tomar rasgos que son más masculinos.
En un sentido, se podría hablar aquí de una síntesis o simbiosis, de manera que la unión de las dos figuras (Yahvé y su Ashera) habría desembocado en el surgimiento de un Dios único, que conserva el nombre de Yahvé (que tiende a entenderse en forma masculina), pero que conserva rasgos femeninos de Ashera, es decir, de maternidad, de ternura y amor, como destacaremos al hablar de los profetas (cap. 5º). Eso significaría que el Dios Yahvé recibe, al menos a partir de los profetas, unas propiedades que son femeninas y maternas, y que valen por igual para varones y mujeres.
Pero, en otro sentido, podemos afirmar que más que una simbiosis hay aquí un rechazo y una condena. Ciertamente, el Yahvé profético tendrá rasgos femeninos, pero en su estructura básica dominan unos elementos trascendentes, que toman rasgos sobre todo masculinos (de poder). Por otra parte, esta nueva visión del Dios Yahvé sin pareja ha perdido aquello que constituye precisamente el rasgo más significativo de la Ashera o diosa femenina: su carácter relacional. El Dios que era relación y que así podía entrar más fácilmente en relación con los humanos viene a presentarse como “solitario” (sin imagen, sin compañero), en rasgo que marcará toda la religiosidad judía posterior
Otro artículo sobre la diosa Ashera.
Autor: Xabier Pikaza