Maturana, el Amor y lo Neo Matristico
Bordeando los 80 años de edad, Humberto Maturana es de seguro uno de esos Hombres sabios de nuestro país. Proveniente del mundo de la ciencia, con la profundidad, sensibilidad e inteligencia de su línea de pensamiento se ha convertido en un referente para toda la humanidad.
Nacido en Santiago de Chile. Estudió medicina en sus inicios y se doctoró en Biología en Harvard. Plantea que: “Los humanos somos fruto de la cooperación para la conservación, no de la lucha por la supervivencia: bioevolutivamente somos porque amamos”.
Ha tenido desde pequeño una conexión con lo que podríamos llamar la cultura matrística porque su madre fue feminista, fue cofundadora del Movimiento de Emancipación Femenina en la década del 30.
Ha tenido desde pequeño una conexión con lo que podríamos llamar la cultura matrística porque su madre fue feminista, fue cofundadora del Movimiento de Emancipación Femenina en la década del 30.
A continuación extractos del diálogo entre María de la Luz Urquieta con Humberto Maturana. En donde nos habla del amor, del respeto, de las culturas matristicas y neo-matristicas.
El amor es la emoción que funda lo social: sin la aceptación del otro en la convivencia no hay fenómeno social. Y hubo una cultura matristica que funcionó bajo esos principios: sin dominación de un sexo sobre el otro y sin guerras. ¿Se trata acaso de retornar a aquella cultura de hace 8 mil años?
No, es imposible. Pero sí podernos intentar una convivencia basada en el respeto, en la colaboración, en la conciencia ecológica y en la responsabilidad social. Y el camino para lograrlo es la democracia.
Los grandes valores, los grandes ideales de justicia, paz, armonía, fraternidad, igualdad han nacido de la biología del amor y son los fundamentos de la vida en la infancia. Yo pienso que estos valores son propios de la experiencia de la educación basada en la cultura matrística que recibe el niño en su infancia, fundada en el respeto, la cooperación, la legitimidad del otro, en la participación, en el compartir, en la resolución de los conflictos a través de la conversación. En la vida adulta debemos negar todos estos valores, pues encontramos una cultura opuesta: la cultura patriarcal, fundada en la competencia, en la apariencia, en la negación del otro, en la lucha, en la guerra, en la mentira. Y es esta contradicción la que genera la pérdida de esos valores de paz, armonía, fraternidad y justicia. Al mismo tiempo, el hecho de vivir añorándolos, el hecho de que podamos imaginar una sociedad basada en una convivencia fundada en el respeto y en la justicia nos hace querer recuperarlos. El gran error que se comete es pretender que coincidan o coexistan en condiciones culturales que se niegan mutuamente.
Existió una cultura matrística (de matriz), no matriarcal, desde unos 8 mil años hasta 5 mil años a. de C. Recientes hallazgos arqueológicos indican que en Europa, en la zona del Danubio y en los Balcanes, se desarrolló una sociedad matrística. No era una sociedad en que las mujeres dominaran a los hombres, sino una cultura en que hombre y mujer eran copartícipes de la existencia, no eran oponentes. Había complementariedad. Las relaciones entre los sexos no eran de dominación ni de subordinación. Se vivía de la agricultura, pero sin apropiación de la tierra, que pertenecía a la comunidad. Los arqueólogos han encontrado poblados que no muestran signos de guerra, no tienen fortificaciones, ni armas como adornos o decorados. Encontraron, en cambio, signos estéticos de la vida, de lo natural. Las imágenes de culto son femeninas o híbridos de mujeres y animales. En ellos, no hay sugerencias de manipulación del mundo, sino de armonía de la existencia. Los signos indican que se vivía la vida como un aspecto de una dinámica cíclica de nacimiento y de muerte. No se consideraba a la muerte una tragedia, sino una pérdida natural. Era una cultura que no estaba centrada en las jerarquías, ni en el control de la sexualidad de la mujer.
Hoy vivimos una cultura patriarcal centrada en la dominación del hombre sobre la mujer, en el control de la sexualidad femenina y de la procreación humana y animal, en las jerarquías, en la guerra. El hombre es el pater, el patriarca del cual se habla en la Biblia. Yo pienso y propongo que la cultura patriarcal se origina fuera de Europa, en Asia Central, al surgir el pastoreo con la exclusión del lobo de su alimento natural que eran los mismos animales migratorios de que dependía también el hombre. Al aparecer la apropiación, al excluir al lobo, se comienza a luchar contra él. Y así aparece la primera dinámica que dio origen a la enemistad. Después, el enemigo ya no es el lobo, sino cualquier otro al que se excluya para apropiarse de algo. En la cultura matrística, la emoción fundamental era el amor. Con la defensa del ganado cambian las emociones. Se pierde la confianza en la dinámica de lo natural y se comienza a vivir el miedo y el control.
Al producirse el encuentro entre ambas culturas, la patriarcal somete a la matrística. Pero ésta no desaparece del todo. Permanece en la relación mateno-infantil. Ésa es la razón de que hoy vivamos una cultura matrística en la infancia y una cultura patriarcal en la vida adulta, lo que significa vivir lo masculino y lo femenino en conflicto permanente.
Éste es el motivo de que los problemas de nuestra cultura sean de contradicción entre los valores de la infancia y los de la vida adulta. Es vivir lo masculino y lo femenino como si fueran intrínsecamente opuestos. Esto indica que nuestra cultura surge de contradicciones y se mantiene aún en contradicciones.
No tiene sentido retomar a una cultura de hace 8 mil años. Ciertamente es imposible. Pero yo pienso que sí puede generarse una cultura que no esté centrada en la guerra, en la competencia, en la lucha, en la imagen, en la negación mutua, sino en el respeto, en la colaboración, en la conciencia ecológica y en la responsabilidad social. Eso sí es posible. En este sentido creo que la democracia es una forma de cultura neo matrística, un modo de vida que rompe con el patriarcado, pues se fundamenta en el respeto, en la colaboración, en mirar al otro como un legítimo otro en el espacio de convivencia. Es una cultura que puede solucionar los conflictos no a través de la lucha, sino en la conversación, la conspiración, en un proyectar de un quehacer juntos, que es por lo demás lo que constituye la constitución de cualquier país, que es un proyecto de convivencia.
Por esto, la democracia como cultura neo-matrística debe estar centrada en la armonía de la existencia, no en la lucha. Esto implica también romper la tradición patriarcal de negación y subordinación de la mujer, lo que al mismo tiempo libera al hombre de ser el dominador y explotador de la mujer. Esto también es una trampa en la que los hombres están atrapados: dominar a los hombres y luchar contra ellas.
La lucha no pertenece a la democracia. La lucha constituye al enemigo. En la lucha hay vencedores y vencidos. Pero el enemigo no desaparece. El derrotado tolera al vencedor en la espera de una oportunidad de revancha. La tolerancia es una negación del otro suspendida temporalmente. Las victorias que no exterminan al enemigo preparan la guerra siguiente. El secreto para lograr la armonía está: en el respeto del otro como legítimo otro en la convivencia y en el respeto por el mundo natural, en términos de tomar esa conciencia ecológica que nos haga ver claro que la destrucción de nuestro hábitat significa también nuestra propia destrucción.
Diálogo publicado por la revista Uno Mismo en su Nº 20.