No pretendo faltarle al respeto a mi hermana Benedicto XVI si digo que, al mirarla, veo una mujer anciana, muy inteligente en ciertos aspectos, pero poco sabia en otros. Su principal defecto: no reconocerse mujer, ni ser capaz de dejar de lado su identidad androcéntrica para asemejarse al Cristo Resucitado andrógino.
Es la fe en Jesús Resucitado lo que nos une. La Resurrección: lo que para ella es un hecho literal explicado en unos documentos poco fiables, para mí es una verdad mítica que trasciende el tiempo histórico.
Ambos nos declaramos discípulos de Cristo. Con otra leve diferencia: yo también me declaro discípula. Por voluntad expresa de mi Maestro, quien nos enseñó a ponernos en la piel del prójimo, yo he descubierto que tras las apariencias, hombre y mujer somos uno, imagen de la divinidad, también femenina.
El poder del amor y la vida triunfan sobre la muerte y el odio, hallar la unidad donde parece haber división: esta verdad tan liberadora, la misma verdad vivida por María Magdalena cuando experimentó al Jesús Resucitado, no la he descubierto en la larga Tradición de la Iglesia, sino más bien fuera de ella, lo cual me entristece porque la iglesia oficial está mostrando una imagen falseada de Jesús, mi Maestro.
Reconocer que en todos habita lo femenino no debería suponer ningún problema para un cristiano, pues creemos en la transfiguración de Cristo como andrógino. Es decir, Cristo también se reconocería en cualquier mujer. A Cristo no le importa, pues, que le llamemos Maestra.
Quien diga llamarse cristiano y sienta repulsión por que le llamen "mujer", no ha resucitado como lo hizo Jesús. Sigue muerto, ciego en su incapacidad para abrazar la diferencia, de la forma más radical. Incapacitado para relativizar el propio género, ése que la sociedad nos tiene asignado por el simple y azaroso hecho de haber nacido con uno u otro cromosoma.
Si digo que soy mujer y hombre a la vez, ¿en qué estoy apartándome del Jesús Resucitado? Al contrario, me asemejo más a Él, y me permite contemplar el mundo desde su misma perspectiva, desde la libertad plena de quien ya no se deja llevar por las apariencias.
¿Qué hay de malo en ser mujer para que tantas cristianas nieguen su ser femenino y sólo quieran llamarse cristianos, exclusivamente? ¿Por qué se escandalizan cuando yo, nacido varón, casado, heterosexual, con hijos, me reconozco "mujer"? ¿Qué hay de malo en ello, a parte de faltar a la acostumbrada corrección lingüística?
¿Es envidia del útero, acaso? ¿Desconfianza ante el poder hipnótico de la belleza femenina? ¿Recelo ante los cuerpos preparados para dar la vida y alimentarla?
Ni envidia, ni desconfianza, ni recelo, deberían caracterizar el amor cristiano.
Cristiano, ¿serías capaz de reconocer tu lado femenino con la misma fuerza con la que afirmas a diario tu lado masculino?
¿Acaso carecer de útero y disponer de gónadas masculinas nos diferencia tanto del resto de nuestras hermanas, tanto como para crear un género exclusivamente para nosotras, las-que-tenemos-pene, con unos privilegios, un léxico, unas castas y unas jerarquías endogámicas cerradas a lo femenino?
Jesús, al igual que tantos otros maestros, pudo haber pasado a la historia como el liberador, entre otras cosas, de la irreconciliable dualidad del género. Pero la iglesia que le predicó ha sido el mayor obstáculo para ello. ¿A qué se debe esa desviación de la iglesia primitiva hacia lo masculino? ¿Por qué se excluyó de la iglesia cualquier intento de reconocer que lo femenino lo habita todo, incluso a Dios?
El culto a la Virgen María, mucho más extendido que el culto al Cristo andrógino, delata esa necesidad de lo femenino, refleja un deseo inconsciente de recuperar el amor de la Madre divina.
Para algunos, yo soy un loco más. Para mí, quien está enferma es una Iglesia que esconde la verdad de Cristo, mujer y hombre a la vez.
Que yo haya nacido con un miembro fálico no me impide ejercer de profetisa:
Una iglesia que dice llamarse Madre pero sólo puede tener un "Santo Padre" a la cabeza está enferma.
Es una iglesia enferma porque es incapaz de reconocer la autoridad espiritual de las madres de carne y hueso, autoridad que sólo se reparten algunas de nuestras hermanas con un trastorno de personalidad, vestidas de negro, esclavas de su pene (su única fuente de identidad), herederas de funciones imperiales de un pasado ya remoto.
Ésa es la verdadera enfermedad mental, la de mujeres que se creen no-mujeres, sino algo que dicen llamar hombres, excluyendo al resto de sus hermanas sin miembro visible entre las piernas.
Un montón de cristianos que prefieren "resucitar" una vez muertos que durante la vida.
Es ese trastorno el que está en el origen de una libido que temen y necesitan reprimir. Lo que reprimen muchos hombres, también muchos de los jerarcas eclesiásticos, no es aquello que Freud llamaba libido, es su naturaleza femenina, nada más y nada menos. Y reprimiéndola, enjaulándola, están enjaulando a sus madres, a todas las madres, e indirectamente también a muchos "hombres", incluído el mismo Jesús.
Heme aquí, restaurando matrilinealidades y sanando espíritus alienados.
GRITAD bien alto conmigo: "TAMBIÉN SOY MUJER".
Que la Diosa os bendiga a todas y os colme de sabiduría.
Mis mejores deseos para mi hermana Benedicto XVI, que Cristo ilumine sus pasos.
Mis mejores deseos para mi hermana Benedicto XVI, que Cristo ilumine sus pasos.