Artículo tomado del blog Grupo Maternal, escrito por Mónica de Felipe.
Muchos aún no lo saben, pero lo que están haciendo estos jóvenes y no tan jóvenes tiene un nombre. La mayoría de las personas congregadas en las acampadas hablan de neocapitalismo salvaje y de democracia real, de sometimiento y de libertad, de esclavitud y de derechos. Y sueñan con construir un mundo en el que los políticos no puedan ser impunes (como una nueva casta elegida) por su incompetencia y corrupción.
Hablan de un mundo en el que los ciudadanos sean oídos, no sólo en la gestión de la administración pública, sino en la creación de un mundo a medida del ser humano. La mayoría de las personas de las acampadas creen y están firmementes convencidas de que es posible vivir en otro mundo. A veces se oyen arengas contra el capitalismo devorador, contra la banca y el sistema financiero; a veces, el punto de mira se pone en los grandes medios de comunicación o en los intelectuales, dormidos y satisfechos con el estado de las cosas, cómplices de la debacle financiera y social. Hartos de un sistema injusto en el que los poderosos crecen en poder y los desheredados crecen en número, los jóvenes, y no tan jóvenes, inventan un nuevo sistema.
A lo que apuntan no es tanto al capitalismo, sino al patriarcado y, aún sin saberlo, comienzan a guiarse con los valores del matriarcado que conoció la humanidad antes de la agricultura y la ganadería; antes de la escritura y de las castas. El patriarcado, que conocemos desde hace 5.000 años, supuso una revolución sin precedentes en la manera de relacionarnos los unos con los otros y con la propia naturaleza. Ahora la cuerda, tensa demasiado tiempo, se ha roto y ha dejado al descubierto una sociedad globalizada en la que el patriarcado es el Dios.
El patriarcado no es machismo. El machismo es un subproducto de los efectos del patriarcado. Como tampoco es una cuestión del gobierno de los hombres. El patriarcado es compartido por hombres y mujeres. Básicamente implica como criterio básico de existencia: jerarquía y competitividad. La jerarquía se traduce en una sociedad en la que el hombre tiene prevalencia sobre la mujer, los adultos sobre los niños, los niños mayores sobre los más pequeños. A poco que mires a tu alrededor podrás observar este fenómeno. Niños mayores abusando de pequeños, adultos ocupados en sus intereses desplazando constantemente las necesidades de los hijos o alumnos, abusos, maltratos, abandonos… y el machismo, consecuencia directa del patriarcado. El machismo es la consecuencia de una sociedad jerarquizada en la que existen cabezas de familia, en la que Dios se convirtió en hombre arrebatando la corona celestial a la Gran Madre paleolítica, en la que la fuerza primó sobre los cuidados.
El matriarcado no responde a la idea de una sociedad gobernada por mujeres, en la que ellas detentan el poder mientras ellos son silenciados sumisamente. El matriarcado responde a una forma de convivencia pacífica e igualitaria en la que la colaboración y el apoyo mutuo eran la forma normal de vivir. Cuando Colón llegó a América se sorprendió de la generosidad (casi infantil, les parecía) de la que hacían gala los pueblos nativos de América. No sólo eran generosos sino que esperaban la generosidad de sus visitantes. No había otra forma de relacionarse. Colaboración y apoyo del matriarcado frente a la competitividad que vendría después y alteraría, hasta ahora, la sociedad. El siguiente pilar del matriarcado era la igualdad. Es decir, hombres y mujeres, niños y ancianos tenían la misma importancia social, la misma relevancia y las decisiones se tomaban al cincuenta por ciento, es decir, asambleariamente, entre los hombres y mujeres del pueblo.
Si has pasado por las plazas de acampadas de España, habrás podido comprobar que la tónica dominante es, frente a la jerarquía (que tanto piden algunas voces críticas desde fuera: orden, estructura), la igualdad (traducida en asambleas y en un movimiento sin jefes ni cabecillas); frente a la competitividad, la colaboración mutua, el apoyo y la generosidad de las personas que desean ayudar, crear y vivir un mundo diferente. Así que lo que estamos haciendo en las plazas de España, no es acabar con el sistema, es construir el nuevo matriarcado. Un orden social nuevo, creado desde la razón y el corazón, que suma, no separa; que iguala, no jerarquiza; que anuncia el final de los viejos tiempos y el comienzo de los nuevos. Tiempos de luz y creación, de amor y compromiso, de solidaridad y hermandad.
Los hay que no están invitados aún a la fiesta, que no pueden comprender cómo es sostenible un movimiento sin líderes ni portavoces. Los hay que morirán sin vivir la utopía de los nuevos tiempos, porque sencillamente no han llegado a establecer la conciencia necesaria para hacerlo. Decía hace poco el siempre lúcido José Luis Sampedro que la humanidad había cambiado los valores por intereses y que así era imposible seguir viviendo. Los habrá que vivan hasta el final de sus días guiados por sus ambiciones e intereses, inmersos en jerarquías y competitividad y, aún sin saberlo, seguirán haciéndole el juego al neocapitalismo, que los necesita desesperadamente.
Pero también estamos los otros, los que hemos dado la espalda al patriarcado y vivimos en la cultura de la igualdad y la colaboración, los que construimos espacios de diálogos y de creación colectiva, los que soñamos que un mundo mejor no solo es posible, sino que Es.
¡Bienvenidos al matriarcado!