¿Qué somos los varones?
¿Somos tan "originales" como nos han dicho los patriarcas de la cultura, o somos por el contrario una simple "variación" del modelo de ser humano original, el femenino?
¿Qué implicaciones tiene que sociedades enteras estén gobernadas (religiosa, política, económica y culturalmente) por los individuos más territoriales, jerárquicos y menos empáticos, explotadores de la naturaleza femenina (y por extensión de todo lo que existe)?
¿Cómo sería una sociedad organizada por personas que no estuvieran tan condicionadas por una hormona que puede obcecarnos, esclavizarnos y volvernos contra nuestra propia naturaleza? ¿Es decir, cómo sería vivir en un mundo sin varones poderosos?
La crisis originada en la adolescencia parece terminar para nosotros los varones cuando nuestro cerebro se libera de todos los condicionamientos hormonales masculinos y los prejuicios culturales que los agravan, y vuelve a asemejarse a su estado original, el femenino, el que todos hemos compartido en las primeras ocho semanas en el útero de nuestras madres. ¿Por qué nadie nos lo dijo antes?
El patriarcado se sirve de diversas técnicas para dificultar esa recuperación del cerebro femenino en los varones adolescentes y mantenerlo siempre en un estado de alienación constante: añadiendo a esa sobredosis de testosterona otras elevadísimas dosis de ruido, prejuicios sexistas, educación para la competitividad, mentiras sobre falsas libertades y derechos, incomunicación, pornografía machista, presión psicológica, alcohol y demás sustancias adictivas...
Lejos de ayudar al adolescente a comprender los entresijos de su parte originariamente femenina y establecer relaciones sanas con las mujeres, le apartan de su alma y le enfrentan a ella. Ciertas industrias culturales y lúdicas seguirán perpetuando el patriarcado mientras no se ofrezca a los jóvenes varones diversiones y placeres alternativos imaginados exclusiva o principalmente por mujeres.
Conocernos a nosotros mismos implica conocer la naturaleza femenina, libres de prejuicios. Pero para ello, hay que empezar escuchando a las mujeres que tenemos cerca, ¡y no dejar de escucharlas porque decidan convertirse en madres!