7 de septiembre de 2010

Alapine, un "matriarcado" que envejece.


Siempre he sentido curiosidad por los "experimentos sociales" cenobíticos, entendidos como grupos de personas que se apartan de la sociedad para vivir un ideal compartido, sin intromisiones, confiando en su propio trabajo autosuficiente. Y aunque dudo que estas lesbianas se vean a sí mismas como "monjas", su comunidad encaja en el ideal cenobítico como cualquier otro, pasando por los mismos ciclos que cualquier otra comunidad liminal. La suya es otra manera de poner en práctica la fuga mundi.

En el artículo del New York Times que traduzco se refieren a ellas como un matriarcado (algo sobre lo que mantengo mis dudas porque en sus comunidades no se contempla la maternidad).
Es evidente que el tiempo puede con la continuidad de este proyecto que, sin una mirada más inclusiva hacia otros feminismos, pronto llegará a su fin. Sin embargo, no creo que su experimento social haya sido un fracaso: varias han conseguido vivir así durante décadas, sumando el tiempo vivido en otras comunidades.

Sinceramente, valoro y comprendo su voluntad de aislamiento. No lo tuvieron nada fácil en sus vidas.

Hicieron realidad su sueño, y han demostrado que "las mujeres pueden organizarse, construir su casa y proveerse de alimentos por sí mismas". Eso ya es suficiente éxito.

Mi sugerencia para sobrevivir: permitir la entrada de otrxs feministas respetuosos con su filosofía, no necesariamente lesbianas (ecofeministas, por ejemplo), y aceptar la maternidad voluntaria en esa comunidad (aunque fuera adoptiva), sí podía haber sido el germen de un matriarcado contemporáneo y la creación de algo grande y duradero. Vaya, la misma solución que propuse a la falta de vocaciones a la vida religiosa (no creo en las "vocaciones" eternas, ni en la impermeabilidad de las castas).

En esta presentación audiovisual podemos hacernos una idea de su estilo de vida.


GUARDIANA DE MI HERMANA
(por Sarah Kershaw, 30-1-2009)

Ellas lo llamaban el paraíso de las lesbianas. Mujeres pioneras que se abrieron paso hasta St.Augustine, Florida, en los años 70 para vivir juntas en cabañas en la playa, en los años de la liberación femenina y la fiebre de los derechos gay crearon una comunidad matriarcal donde no se permitía la entrada a hombres, donde incluso la presencia de niños era causa de debate.

"Vine aquí porque quería estar en plena naturaleza, y quería tener vecinas lesbianas", cuenta Emily Greene, enfermera retirada en Alapine.

Emily Greene fue una de esas pioneras, y a sus 62 años sigue eligiendo vivir en un mundo de lesbianas. Ella y otras 19 mujeres construyeron casas en 300 acres de campo al noreste de Alabama, donde los fundadores de la comunidad de Florida, los Pagoda, se establecieron en 1997.

Tras una reja cerrada a cal y canto, cuyo código de seguridad es cambiado frecuentemente, las mujeres aspiran a una vida tranquila en una comunidad llamada por ellas Alapine, fuera del alcance de las miradas de sus vecinos del Cinturón Bíblico.

La señora Greene espera que estas mujeres, entre los 50 y los 75 años, podrán recoger suficiente dinero para construir una residencia.



Cada día da un paseo por los bosques con sus dos perros, Lily y Rita Mae, nombrada así por Rita Mae Brown, la activista feminista autora del clásico "Rubyfruit jungle". La señora Greene corta la leña de robles, nogales y sasafras (?), y se detiene junto a la tumba del ciervo que ella enterró tras ser atropellado por un coche. Ella lo llama Milagro. "Hablo con Milagro cada día", dice la señora Greene. "Es una de las alegrías de vivir aquí".

Actualmente, ella y otras se preocupan por el futuro de Alapine, que es una de las 100 comunidades aisladas en Norteamérica, conocidas como womyn's lands, y cuya filosofía data de una era ya pasada.
Estas comunidades, la mayoría en áreas rurales desde Oregon hasta Florida, tienen como mínimo dos miembros. Alapine es una de las más numerosas. Muchas han ido perdiendo residentes con las décadas, por muerte o abandono. Ahora que las jóvenes generaciones de lesbianas ya no están interesadas en abandonar el mundo heterosexual, la tierra de las womyn se enfrenta a los mismos retos que los conventos Católicos que no consiguen atraer a más mujeres a sus claustros.

"Las jóvenes generaciones no han tenido que pasar por lo que nosotras pasamos", afirma Mrs. Greene. Ella y otras integrantes de Alapine describen la doble vida que llevaban durante su juventud, jugando el papel de mujeres heterosexuales en el trabajo e incluso en matrimonios. "Yo salí del armario a mediados de los 60, y ni siquera entonces conocíamos la palabra lesbiana".
"Realmente tendremos que repensar cómo lo llevamos", añadió. "En 20 o 25 años nos habremos extinguido".

Tras la reja de Alapine, a unas cinco millas del pueblo más cercano, las mujeres viven en casas sencillas o caravanas instaladas en carreteras que ellas han bautizado con nombres de diosas, como la Vía Diana. Se reúnen para comer en común, ver películas, juegos de ocio y "círculos comunitarios de luna llena", durante los cuales cantan, leen poemas y comparten reflexiones.

Ellas accedieron a ser entrevistadas con la condición de no revelar el lugar exacto donde habitan. Temen el acoso de los forasteros. Muchas comunidades Womyn evitan toda publicidad, viviendo aisladas durante décadas, comprando y vendiendo propiedades sólo por recomendación o en pequeños anuncios en revistas para lesbianas.

Otra razón por la que accedieron a la entrevista: están preocupadas por su desaparición si no son capaces de darse a conocer a las nuevas generaciones.

Winnie Adams, 66 años, que se define como una "lesbiana feminista radical separatista", vendió su casa de Florida en 1999 para trasladarse a Alapine. Anteriormente, había estado casada y tuvo dos hijas (a ninguna de ambas se le permite vivir con ella por no ser lesbianas). Ella antes trabajaba como consultora en agencias gubernamentales, pero tras revelarse lesbiana fue despedida de su trabajo.

La compañera de la Sra.Adams, Barbara Moore, de 63 años, estuvo en el ejército en los años 60, cuando lo que ella describe como una "caza de brujas" dirigida a gays y lesbianas en el ejército la obligó a abandonar su carrera.

Ambas, como el resto de mujeres en Alapine, estuvieron alguna vez casadas y tuvieron hijos. Todas relatan cómo sus experiencias las traumatizaron profundamente.