29 de septiembre de 2009

Jesús era feminista.

Jesús es el mayor "milagro" de la historia de Israel: la aparición de un varón feminista en el seno de una cultura patriarcal es un hecho que supera la razón, sin duda. Para mí, su único milagro.
No es de extrañar que las mujeres que le seguían lo divinizaran.
Sin embargo, su feminismo ha quedado oculto tras el muro ideológico de las iglesias, y unos textos escritos por varones.

El cristianismo, a diferencia de Cristo, habla mucho de las mujeres, pero no las escucha para nada. La(s) Iglesia(s) se llena la boca de palabras dulzonas y ñoñerías sedantes con tal de mantener a las féminas de rodillas, en el silencio de la sumisión y la alienación.

He aquí las típicas y tópicas palabras de un sacerdote fiel a las enseñanzas del magisterio: "El mundo y la Iglesia, sin el rostro y el corazón de la mujer, sería un mundo frío y sin alma. Y el Papa se expresa así de la mujer porque la contempla en el rostro y en el corazón de María Santísima, la “Mujer” por antonomasia. Por eso, todo su pontificado está en estas palabras de su lema: “Totus tuus, Maria, ego sum”, “Todo tuyo, María, yo soy”.
Es muy fácil declararse siervo de una mujer no presente. María, por mucho que nos empeñemos, no dirá nada, nos dejó hace dos mil años. Así es fácil hablar de obediencia, a una persona ausente que nunca manda nada.

Ningún intento de escuchar la voz del Espíritu que habla por boca de las mujeres de carne y hueso. Sólo enseñan, apaciguan, moralizan, sólo endulzan la amargura de su hipocresía. Y embrutecen la imagen de María convirtiéndola en simple beata inmóvil y desapasionada.
He aquí unas palabras del mismo Jesús: "¿Quién es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta? Entonces, yo estoy en medio de vosotros como el que sirve." (Lc 22, 24-27)
"Quien quiera ser el primero, hágase el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9, 33-35).
En Lc 14, 7-11 invita de nuevo a los apóstoles a sentarse en el último asiento, a no ser orgullosos ni abusar de su autoridad, a permanecer en el silencio de quien se presta a escuchar. La actitud totalmente opuesta a los jerarcas. Éstos animan a la mujer a servir y a callar, cuando deberían ser ellos quienes sirvan a la mujer, de una vez por todas. Dejando de hablar de su dignidad, de su vocación, y entrando en una actitud de humilde escucha. Son hombres que no escuchan a sus madres, las someten y encarcelan en el conformismo sin esperanza. Con palabras dulces, eso sí, y remitiéndonos siempre a los Padres de la Iglesia.

Las mujeres que seguían a Cristo se sentían tremendamente libres a su lado. No se unían en matrimonio, eran mujeres que no estaban ya sometidas al poder del pecado (Lc 7, 36-50), es decir, a la milenaria Ley de Moises, la ley de la exclusión social. Para ellas, igual que para Cristo, la única ley que contaba era la del amor.

Esa liberación del pecado, etiqueta social que las tachaba de despreciables, hizo que muchas mujeres siguieran a Jesús. Él no las veía como pecadoras, su mirada era la de un igual. Él no las juzgaba por sus actos, sinó por su amor. La mujer, cuando ama, no peca. Aunque infrinja una Ley antiquísima, una ley redactada por y para hombres.

Los jerarcas exigen a las mujeres que les sirvan, sin escuchar la exortación de Cristo a ser 'los últimos'. El lugar de los últimos está situado fuera de toda posición de poder. Renunciar al poder cuesta, pero debería ser lo primero que hiciera un apóstol cristiano, pues su misión es servir, y escuchar para servir mejor.
La autoridad debe merecerse, se la gana uno con sus actos, y en concreto con la humildad. Unos pastores de la Iglesia que sólo juzgan y prohiben, no sirven para nada.

Mc 10, 42-45: Este pasaje del Evangelio le recuerda a la Iglesia que no debe gobernarse igual que los estados e imperios, cuyo criterio principal es el poder del pater, sinó que deben guiarse por el servicio y la humildad. No debemos tener ningún padre en la tierra, pues el único Padre está en los cielos. ¿Cómo se justifica entonces la estructura piramidal y patriarcal de una iglesia? ¿Acaso el que quiera ser el primero no debe hacerse el último? ¿Cómo lo interpreta eso el Magisterio?

Todo ello me convence aún más de que Jesús, implícitamente, estaba poniendo los cimientos del modelo matriarcal, pues es el único modelo de convivencia que rehuye el uso de la fuerza y la dominación. En el matriarcado, todo gira alrededor del servicio.