Corrientemente se dice que las utopías no podrán nunca hacerse realidad. Y será cierto siempre que exista un poder que se oponga a ello. ¿Acaso las beguinas no eran ya la realización de una utopía de mujeres? En el siglo XV fueron todas perseguidas o recluídas en monasterios, acusadas de heregía, simplemente por demandar mayor independencia respecto a los órganos eclesiales. Otras, como Jeanne Dabenton y los turilupinos, fueron quemados en la hoguera por defender la desnudez, la pobreza y la comunidad de bienes. Así no es de extrañar que las utopías sean 'irrealizables'. Existen excepciones: los franciscanos y capuchinos, por ejemplo, fueron acusados de cínicos por Piero Valeriano y Justus Lipsius, respectivamente, intentando acusarlos de herejes por introducir aspectos del cinismo en el cristianismo. Pero no lo consiguieron: tal fue la presión ejercida por esos movimientos que al final la Iglesia tuvo que ceder y aceptarlos en su seno.
"La revolución, la utopía que se exaspera de serlo, nacerá en Europa de este cristianismo impaciente que quiere el Reino de Dios en la tierra sin dilación y sin paliativos".
(María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma)
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