"...es el médico quien ha de llegar a la raíz última de la enfermedad que trata. Y Freud estaba dentro de ella; era una de sus víctimas que tuvo el valor de reconocerla, de ser su testigo. Un testigo lleno de lucidez, pero nada más.
Porque la enfermedad era y sigue siendo el desamparo, el tremendo desamparo padecido por este hombre de la cultura occidental que había vivido sintiéndose sostenido por unos principios invulnerables (el Padre de la religión y la Razón griega)."
(María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma)
Erich Neumann, el mejor discípulo de Jung, haciendo uso del método fenomenológico, describe la existencia de un arquetipo femenino como fundamental y presente en la mayoría de mitos. Lo femenino es visto en todas las culturas como origen de la vida, y en los orígenes de la formación de la conciencia hay un momento de íntima unión con él, lo que él llama la unión con la Gran Madre.
No basta con echarle las culpas de todo al padre. Una relación sana con lo femenino favorece nuestra salud emocional y psíquica. Asumir que en un instante de nuestras vidas fuímos uno con nuestra madre, indiferenciados, puede curarnos de las heridas provocadas por la amonestación masculina procedente de las imposiciones patriarcales. Amar lo femenino es amar nuestro origen, la fuente de donde procedemos y de la que conservamos un estrecho vínculo con la trascendencia, es amarnos a nosotros mismos. Sólo el hombre que con humildad se deje salvar por la mujer alcanzará la paz de espíritu.
Amarse a sí mismo, a una mujer en concreto, a todas las mujeres y hombres, y al planeta Tierra como el hogar de todos, es una y la misma cosa, es entender el amor universal.