14 de marzo de 2011

Psicoanalizando devociones pasadas.

 
 
Un poco de historia.

En el siglo XIX aparecieron decenas de estas hoy pequeñas congregaciones religiosas inspiradas por la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que debería simbolizar la empatía, la compasión, la capacidad para compartir las alegrías y el dolor de los demás, e impulsarnos a trabajar por la paz y la justicia. Hasta aquí, todo bien...

Está fuertemente identificado con el sentimiento, en oposición al racionalismo exacerbado de la época. La teología escolástica estaba encerrada en su tradicionalismo racionalista y las clases populares necesitaban un Jesús más cercano. En este sentido, vino a ocupar un vacío que se hacía necesario llenar en la vida espiritual de muchas personas. Una mística francesa llamada Margarita María de Alacoque (1647-1690) contempló repetidamente en sus visiones la imagen del corazón de Jesús como un corazón lleno de amor. Años después, los jesuítas se encargarían de extender sin problemas tal devoción.


Pronto todo empieza a torcerse...

Sin embargo, también tuvo, como casi toda imagen religiosa, una función ideológica. La Iglesia necesitaba contrarrestar la doctrina reformista que enfatizaba la preponderancia del sentimiento en la experiencia religiosa. La filosofía de la religión de Friedrich Schleiermacher (figura valiosísima de la filosofía por ser el padre de la hermenéutica moderna) y demás pensadores románticos se extendió rápidamente como contrapunto a siglos de racionalismo: para ellos la religión no tenía fundamento racional, sino puramente sentimental; la experiencia religiosa pertenecía al puro sentimiento y a la esfera privada. No casualmente, en esa misma época (1799) el papa León XIII proclama en una encíclica que toda la humanidad debía consagrarse al Sagrado Corazón.

Así pues, la imagen del Sagrado Corazón le sirvió al catolicismo para introducir ese aspecto olvidado de un Jesús "compasivo", que ya había incorporado el universo protestante años antes. Como seña de identidad propia, la Iglesia Católica favoreció la expansión de la devoción popular a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. De nuevo, María volvía a ser utilizada con fines propagandísticos antiprotestantes, elevada a "Reina" y demás calificativos poco fieles a la realidad histórica.

Son imágenes que desde fines del s.XVII hasta el XIX se extendieron rápidamente por la necesidad de un Jesús más tierno y menos belicoso, tras tantos siglos de cristiandad combativa y violenta, y una teología excesivamente racionalista. En Irlanda, por ejemplo, país católico por antonomasia, esta imagen cuelga en la pared de la mayoría de casas, como diciendo "aquí vive una familia católica". En mi infancia, tampoco faltó en mi cotidianidad.

Aquella mujer mística, que contempló en sus visiones a la divinidad como Amor incondicional, poco se imaginaba que un siglo más tarde el Sagrado Corazón sería emblema de carlistas, de una masacre llevada a cabo por los chuanes, o que pasados dos siglos un grupo de militares y obispos de la Península Ibérica colocarían el símbolo del Sagrado Corazón en el escudo de un Estado-Nación ultracatólico.

Los patriarcas terminaron, otra vez, apoderándose de la visión de una mujer para beneficio propio y santificación de su violencia simbólica y física. Un ejemplo más de cómo a muchas místicas cristianas se las ha terminado manipulando siempre para mantener a la cúpula patriarcal en el poder.
Como casi todas las imágenes de Jesús bendecidas por Roma, el Sagrado Corazón falta a la verdad histórica. En este sentido, se excluye la faceta del Jesús revolucionario, claramente feminista y pacifista que fue condenado a muerte por no someterse a los agentes patriarcales, y se insiste por el contrario en el masoquismo de un corazón que soporta gustoso una corona de espinas sin ofrecer resistencia. Una imagen que debería invitar a poner fín a las injusticias sociales, a compadecerse de quienes sufren, y actuar en consecuencia,  en muchas ocasiones se ha interpretado como una invitación a la pasividad y al conformismo acrítico. Por ello es comprensible que un tal Nietzsche criticara duramente la "compasión cristiana" de su época entendida erróneamente como pasividad e impotencia ante la injusticia. Aunque con su típica exageración literaria, demuestra lo sesgadas que resultan estas imágenes devotas por excluir la vertiente revolucionaria del Jesús histórico. Los teólogos no siempre fueron críticos con los rituales y devociones sedantes que las iglesias han usado a lo largo de la historia para mantener a su rebaño en la inacción.
La espiritualidad auténtica conduce a la acción coherente y comprometida, no al sometimiento.

Y la devoción popular terminó convirtiendo a Jesús en una mujer barbuda...
 
Un hombre de hermosa cabellera rubia, con ojos bien maquillados, cejas bien definidas, facciones etéreas, mejillas sonrosadas, gestualidad suave y dulce. He aquí al Jesús del Sagrado Corazón. ¡En muchísimas imágenes incluso nos parece ver a una mujer rubia con barba!


Ahora podríamos psicoanalizar esta devoción como un intento de feminizar a la divinidad entonces en boga, la proyección de un deseo reprimido de recuperar el culto a la diosa madre... No voy a sentenciar nada al respecto. Pero es obvio que ante la presión cultural que obligaba a todo ciudadano a no rendir culto a otro ser que a un varón, mucho menos a adorar imágenes femeninas, ¡no quedaba más remedio que feminizar a Jesús!

Jesús como Hijo que no aspira al poder:

Releer los evangelios me confirma más en mis descabelladas y heréticas teorías. Sigo pensando que las sucesoras de Jesús debieron ser su Madre y María Magdalena; no Pedro. O bien Jesús la pifió contradiciéndose, o bien el nuevo testamento no es fiel a la realidad histórica. Yo opto por la segunda opción: los evangelios apócrifos dejan bien claro cómo los apóstoles, no Jesús, ignoran y silencian hasta el olvido a María Magdalena. Nada más organizarse tras la muerte de su maestro en la cruz, a la Madre de Jesús la recluyen en los Cielos,... bien calladita.

Esas dos figuras femeninas pudieron haber sido la alegoría perfecta de la mujer independiente y liberada de toda tutela masculina: la mujer que elige ser madre, y la que elige no serlo. Lo correcto hubiera sido colocarlas a ellas en el lugar que les corresponde, en pie de igualdad con Jesús, el Hijo matriarcal que siempre rechazó ser padre y dios. Y, por supuesto, sin divinizar a una de esas figuras en detrimento de las demás. Esas tres personas, en su tiempo, retaron todos los estereotipos de género.

No deja de ser curioso que la etapa de mayor decadencia de la Iglesia coincide con su perseverante insistencia en la transmisión del poder apostólico por vía masculina. El dúo femenino al que Jesús dotó de autoridad y autonomía plena ha sido manipulado por aquellos que se escudan en su "masculinidad" y tradiciones absurdas (ya infiltradas algunas de ellas en los textos canónicos) para concentrar en sus manos todo el poder espiritual y psicológico.

Demasiadas imágenes hipnóticas de un Jesús irreal han servido para alienar más aún a todo aquel que se llame católico y mantenerle sumiso y obediente.

Las místicas debéis reflexionar sobre cómo usará el poder episcopal vuestras visiones en el futuro. Si Roma os beatifica, mal asunto...