12 de mayo de 2010

La mirada del varón patriarcal.


Viejo verde en acción

"¡Qué rica está, y qué polvo tiene!" es la frase que ayer pronunció un compañero de trabajo tras pasar junto a una joven de hermosa apariencia por la calle. Ese comentario salió de su boca con una naturalidad que yo desconocía.
Que era una mujer hermosa saltaba a la vista, pero ¿qué necesidad hay de añadir la coletilla sexual?

La mirada del varon patriarcal es la mirada del macho seductor que se imagina a sí mismo triunfante sobre su presa. Nada malo en imaginar, mientras no proyectemos esas falsas fantasías en mujeres reales, con vidas propias, con historias tan humanas como las nuestras. Confundir fantasía con realidad está a la orden del día. Dejar que sean las hormonas las que modelen nuestros actos es bastante triste, si ello nos lleva a deshumanizar a cualquier persona que pase por la calle. El estrés producido por la mujer bella es algo que los varones podemos y deberíamos integrar sanamente, con voluntad de no ser arrastrados por corrientes hormonales descontroladas. Nos sabremos más libres cuanto más nos liberemos del estúpido y primitivo papel del macho seductor, papel que lejos de aportarnos seguridad, añade siempre una frustración tras otra.

La mirada patriarcal, reduccionista y limitadora, impide mantener una relación humana y de amistad con la mujer. Es así de triste. Contemplar la belleza femenina es agradable a la vista, pero de ahí a perder la educación o dar por supuesto que la mujer bella nos invita al placer sexual es ya suponer demasiado.
La belleza no es una invitación a nada, sólo una expresión libre de la individualidad de cada persona.

Ilusos alienados, condenados a la infelicidad perpetua, sus sueños son irrealizables (excepto pagando, el dinero en nuestro libre mercado hace milagros). Nunca podrán tener amigas, porque siempre esperarán la oportunidad de copular. Y eso les ilusionará, a la vez que les atormentará. Son los varones patriarcales, abanderados de la involución espiritual de la humanidad.

Su mirada es egocéntrica, sólo piensan en las mujeres como objetos para el sexo. Han sido educados así, cuando pudieron ser educados de otra manera. Porque sí, la mirada se puede educar...

La mirada pervertida se enseña, se comparte, se transmite de padres a hijos, entre colegas y compañeros, porque es "divertido", porque "cohesiona" al grupo y porque confirma al varón en su "virilidad".

Yo recuerdo esos ritos de iniciación típicos de adolescentes en que se reunían para ver pornografía juntos. Recuerdo esa mirada de asombro cuando me negué a participar de ello con 17 años, y el cabecilla me dijo, mirándome con cara de asco: "Vaya, ¿acaso hiere tus sentimientos ver tías follando?". Ahora él es un infeliz, y yo soy feliz (¿podéis escuchar mis risas de fondo?).

Los varones matriarcales nos compadecemos de las mujeres que reciben ese trato día a día. Veo una mujer hermosa, y detrás de ella siempre habrá algún ser babeante... masculino. No hace falta ser mujer para sufrirlo. Yo tuve una experiencia similar, hace catorce años descubrí para mi asombro un viejo masturbándose abiertamente mientras me miraba paseando por un parque público. No fue nada agradable.

El patriarcado siempre ofrece la misma solución: decirle a la mujer cómo debe comportarse y gestionar su belleza.

El matriarcado, en cambio, sostiene que es al hombre a quien debe exigírsele un cambio de actitud, un cambio en la mirada. La superación del determinismo hormonal es posible, y mejora la calidad de nuestras relaciones humanas considerablemente.

La hermosura de una mujer puede apreciarse en una fracción de segundo. No hace falta quedarse mirando con la boca abierta y girarse hasta que ésta desaparece por la esquina. Eso denota una enorme falta de sensibilidad y educación.

Lo más triste es que todo un poderoso y diversificado sector económico se nutre de esas miradas y negocia con la cosificación de nuestras hermanas.

Hay que seguir denunciando toda iniciativa pública o privada que contribuya a deformar la mirada de nuestros hijos. En nuestra vida cotidiana, los padres tenemos un papel fundamental.

Espero que mis hijos nunca me vean convertido en viejo verde. Es avergonzante.