31 de enero de 2010

"Alcanzando a Jesús" (Diarmuid O'Murchú): Capítulo 2.


JESÚS Y LA COSMOVISIÓN CUÁNTICA


Disfrutamos la conciencia creciente de nuestra identidad en relación con el todo cósmico al que pertenecemos.

Ivonne Gebara

En la realidad cuántica, la relacionalidad es verdaderamente creativa. Es aquí, en el dominio de la relacionalidad, que la realidad cuántica es más alucinante y revolucionaria.

Danah Zohar

En el primer capítulo jugué el papel deconstruccionista para apartar esas ideologías que se interponen en nuestro camino al intentar comprender a Jesús en el siglo XXI. Nos ha tomado dos mil años alcanzar a Jesús, algo que en términos evolutivos es un logro. Ahora que estamos en este umbral evolutivo de la fe cristiana y la búsqueda de sentido que evoca, enfrentamos un momento fresco de reconstrucción. Es una tarea apasionante, que trataré en dos niveles: (1) reclamar el contexto arquetípico del Jesús original -que es el tema de este capítulo; 1 y (2) permitir que la historia de Jesús sea contada por el contexto del siglo XXI, que constituirá la tercera y última sección de este libro.

La visión y estrategia del Reino de Dios parece ser la manera más auténtica de acceso al sentido más profundo de Jesús para su tiempo y para el nuestro. Esta es la visión desde donde todo lo demás se desprende. Es la realidad de Jesús escrita extensamente, tan extensamente que de hecho ha tomado a los humanos dos mil años empezar a reclamar sus impresionantes y prácticas implicaciones . Jesús toca el centro de nuestro destino humano, pero lo hace en un contexto cósmico y planetario; y éstas son las dimensiones que deseo explorar en el presente capítulo.

Jesús y la Física Cuántica

La física cuántica provee un paisaje fértil para esta empresa. Nos libera a nosotros -y a Jesús- de la disposición mental árida y congestionada del racionalismo patriarcal. Libera el Espíritu creativo para soñar e imaginar, intuir y discernir. Libera la historia, para que las historias específicas que Jesús dejó radicalmente abiertas puedan ser contadas nuevamente. En el paradigma previo estábamos condenados a seguir el principio mecanicista que proclama que el todo es igual a la suma de las partes. Ahora estamos al servicio de una nueva conciencia en donde el todo es más grande que la suma de las partes.

La física cuántica emergió de una desilusión creciente respecto de los horizontes estrechos de la ciencia clásica. La teoría es ampliamente reconocida entre los científicos y ha sido verificada por varios experimentos. También forma la base de algunas de las tecnologías más innovadoras que influyen nuestras vidas hoy, incluyendo la computación, las conexiones de información global, y la medicina láser, para mencionar algunas. A pesar de estas aplicaciones muy reales y exitosas, la mayoría de los científicos todavía buscan una estrategia por la cual la teoría cuántica pueda someterse a la cosmovisión clásica. Es muy difícil aceptar y vivir con algo tan evasivo y creativo como la visión cuántica. 2 Incluso las implicaciones filosóficas y místicas han sido raramente reconocidas, mucho menos afirmadas. Al adoptar la visión cuántica, abrazamos una manera diferente de relacionarnos con nuestro mundo y su sentido para nosotros:

La cara prolija, fija y no cambiante de la realidad cede el paso a los flujos fluidos y fluctuaciones cuánticas de energía creativa, impelidas por fuerzas que nosotros los humanos, en esta etapa de nuestra evolución, no entendemos, ni mucho menos controlamos.

Trascendemos el mundo del razonamiento racional deductivo; la causa y efecto ya no funcionan más como pensábamos, y todavía pensamos que deberían.

Encontramos un mundo donde cada todo es más grande que la suma de sus partes, y las partes individuales tienen poco o nada de sentido en su aislamiento solitario.

Estamos llamados a hacernos amigos de una creación orientada relacionalmente en donde la capacidad de relación es una característica indeleble.

Estamos vinculados a la dualidad partícula-onda como participadores cocreativos, siempre modificándola en mayor o menor grado.

Habitamos un cosmos de no-localidad (Nadeau y Kafatos 1999), en donde los efectos ocurren a velocidades más veloces que la velocidad de la luz y de acuerdo a la dinámica en que el aleteo del ala de una mariposa en un extremo del planeta tierra puede afectar el curso de un tornado en el otro extremo.

Encontramos una sabiduría mayor que la nuestra, una conciencia que pertenece primariamente a la creación cósmica y lateralmente al cerebro humano (explorado en O´Murchu, 2002, 169-81).

Deepak Chopra (2000, 39), brinda un resumen hábil y sucinto de la visión cuántica:

La Creación se manifiesta.
La Energía existe.
El tiempo comienza.
El espacio se expande de su fuente.
Los eventos son inciertos.
Las ondas y las partículas se alternan.
Sólo se pueden medir las probabilidades.
La causa y el efecto son fluidos.
El nacimiento y la muerte ocurren a la velocidad de la luz.
La información está fijada en la energía.

En esta nueva visión no hay poder sobre, sólo poder con. Jugar los juegos de poder de la dominación patriarcal es profundamente extraño a la naturaleza de la vida tal como está ejemplificada en la visión cuántica. Nuestro deseo insaciable de control no tiene sentido en un universo donde todo ejerce su propio sentido de control precisamente porque todo está fuera de nuestro control. Vivimos en universo auto-organizado, en donde nosotros los humanos necesitamos tener la humildad de someter nuestros planes a la gran sabiduría de los sistemas cósmico y planetario (ver Kauffman, 1995).

Cuando liberemos a Jesús de las cadenas de dos mil años de cristianismo... ¿cómo se nos aparecerá?

Tal vez San Pablo en la segunda carta a los corintios puede allanar el camino para nuestra reflexión:

De suerte que nosotros desde ahora no miramos a nadie con criterios humanos; incluso a Cristo, si antes lo conocimos personalmente, debemos mirarlo ahora de otra manera. Por esa misma razón, el que está en Cristo es una criatura nueva. Para él lo antiguo ha pasado; un mundo nuevo ha llegado. (2 Cor 5, 16-17)

Ya en vida, parece que Pablo invitaba a las personas a mirar a Jesús de una manera diferente a las normas existentes sobre la persona y la creación. La persona individual en vivo ya no era adecuada, pero tampoco lo era la “antigua creación.” La venida de Jesús a la tierra había alterado los términos de referencia existentes. La nueva creación, lo que los evangelios llaman el Reino de Dios, auguraba cambios tan originales y provocativos que ha tomado a los cristianos-y a los humanos en general- unos dos mil años alcanzarlos. ¡Ahora debemos reclamar el nuevo horizonte y vivir según él!

Los evangelios sugieren que los siguientes son algunos de los elementos contextuales que necesitan embellecer una historia de Jesús crítica y creíble para nuestro tiempo:

Relacionalidad

Todas las grandes religiones luchan con la relacionalidad de lo divino, pero ninguna de ellas parece llegar a lo correcto. El deseo de poder y control se pone en el camino. Sugiero que se puede comprobar la relacionalidad de lo divino de la mejor manera escrutando la capacidad de relación que está imbuida en toda la creación. Detectamos esto en la escala microcósmica, en los quarks y los leptones: prosperan al interrelacionarse, no por medio de la competencia de tipo darwiniano. Lo detectamos nuevamente en la escala macrocósmica. George Greenstein (1988) señala que las configuraciones de tres adornan las esferas galáctica y planetaria. No sorprende que los humanos comenzaron a imaginar la Trinidad como una declaración arquetípica por la cual discernimos la fuerza de vida divina como relacional fundamentalmente en la naturaleza.

Sospecho que el entendimiento de Dios como "el poder de la relación" es el más antiguo entendimiento de lo divino para los seres humanos, precediendo a la religión formal por miles, si no millones, de años. Es de esa conciencia primitiva, arquetípica, de donde evolucionaron las doctrinas y dogmas de la Trinidad.

La historia cristiana y la teología redujeron nuestro entendimiento de la Trinidad a un tipo de cenagal matemático, en donde la separación e individualidad de las tres “personas” se hicieron más significativas que su relacionalidad. Se tiende a ubicar a Jesús cerca del Dios Padre, aseverando sin ambigüedad, la dominación más que su relación interconectada. Así, terminamos relegando al Espíritu Creativo como subordinado a Jesús, a pesar del hecho de que el Nuevo Testamento nunca declara que ese sea el caso.

El Jesús de nuestro tiempo necesita ser introducido una vez más en la matriz trinitaria relacional. Jesús pertenece al dominio en donde el todo es más que la suma de las partes, y nunca debimos sacarlo de ahí. Similarmente, Jesús pertenece a toda la creación, que es la expresión primera y más antigua de la creatividad divina. Cómo difiere precisamente la relacionalidad de Jesús de la del Padre y el Espíritu, puede ser una de las preguntas sin sentido que se hayan hecho. La necesidad de una diferencia clara es una necesidad humana patriarcal, que sospecho es una gran barrera para nuestra tarea primaria de aprender a amigarnos con nuestro Dios relacional, esforzándonos por dar a luz una relacionalidad saludable a lo largo y ancho de la creación.

2. Dar a Luz

La relacionalidad describe algo de la existencia de Dios y la de Dios en Jesús. ¿Cómo describimos la actividad de Dios? De nuevo, la historia de la creación sugiere que parir es una actividad primaria de lo divino y una de las metáforas más dinámicas para describir lo divino en acción en la creación. Meister Eckhart capturó esta noción hermosamente cuando hizo la pregunta: “¿Qué hace Dios todo el día?” a la que contestó: “Dios yace en un lecho de maternidad pariendo todo el día” (citado en Fox 2000, 41).

De nuevo, la creación es nuestra gran maestra. En el parir de Dios a lo largo de varios “bienios” vemos un universo de creatividad prodigiosa y elegante. Y no sin sus paradojas, nos recuerda que la paradoja, particularmente la de la copla creación-destrucción, está escrita en el tapiz de la creación en todos los niveles (ver O´Murchu 2002, 94-109). Sin embargo la voluntad de vivir, el potencial de dar a luz, siempre triunfa, y existe la razón de creer que siempre lo hará.

Esta capacidad divina de dar a luz nuevas posibilidades llevó a los pueblos del paleolítico a representar a Dios primariamente como una mujer erótica exuberante en su energía fértil. Fue conocida como la Gran Diosa Madre de la Tierra. Los restos de su otrora glorioso reino todavía permanecen en la cultura humana, especialmente entre los indígenas (ver Christ, 1997). A pesar de los esfuerzos implacables de la religión patriarcal para demonizarla y eliminarla, todavía tiene su lugar en la conciencia espiritual del alma humana y probablemente regresará triunfantemente en las primeras décadas del siglo XXI.

Se marcará el redescubrimiento de la gran Diosa por una renovada apreciación y entendimiento de lo sagrado de la tierra misma y su ingeniosa capacidad de sobrevivir y prosperar a pesar de la destrucción manipuladora de la especie humana. Ya los teólogos se están conectando con la energía sabia que infunde la creación, articulada metafóricamente en las sabias tradiciones de varias de las grandes religiones, y, para algunos, encarnada esencialmente en el Jesús del Cristianismo (por ej. Edwards 1995; Johnson 1992; Schüssler Fiorenza 1994).

Esto no es una cuestión de género, sobre si lo divino es masculino o femenino. Se trata de la capacidad y la necesidad humana de darle una imagen a Dios. Como nosotros también somos creación divina, nuestras imágenes probablemente reflejan algo de la realidad divina, asumiendo por supuesto que honramos lo divino en acción en la creación. El uso de imágenes acerca de la masculinidad de Dios, con la paternidad como su atribución primaria, y lo divino tendiente a ser reservado al mundo antropocéntrico, es poco probable que tenga algo que ver con la cuestión de Dios; está extensamente, si no totalmente, basado en las proyecciones de la cultura patriarcal dominante de los milenios recientes.

Es más fácil acceder al parir de Dios, entonces, por medio de lo femenino más que de lo masculino, aunque reconocemos que ambos géneros contribuyen al proceso creativo de la vida orgánica. Parir es mucho más una energía maternal, de ahí la imagen en varias tradiciones religiosas de mujeres protegiendo ferozmente la vida, ya sea en la tierra o en lo humano. Con esta misma finalidad, Grace Jantzen (1998) nos recuerda que la “redención” no viene por medio de la mortalidad, con el énfasis en la muerte y el sufrimiento, sino por medio de la natalidad, celebrando el dar a luz, el florecimiento, y el crecimiento de todo en la creación.

3. Tiempo Encarnacional

Porque la actividad primaria de lo divino es la de parir, entonces el universo está saturado de vida y dotado de abundancia. Esta ahí, en el nivel microscópico, cuántico, casi invisible al ojo humano y casi totalmente inaccesible al escrutinio científico. Se manifiesta por medio de varios canales de energía y movimiento y fundamentalmente se manifiesta en formas encarnadas de las cuales el mismo cosmos es el cuerpo primario y a su vez cocrea con lo divino para parir una vasta variedad de otras criaturas, incluso los seres humanos.

En consecuencia, la noción de encarnación no sólo se aplica a los seres humanos. La creación está repleta de una gran variedad de expresiones encarnadas, desde hace varios billones de años. Dios se ha ido encarnando en la creación por varios billones de años. Necesitamos rescatar la noción de encarnación del minimalismo espantoso al que la hemos condenado.

Usamos el concepto con un sentido estrecho y exclusivamente antropocéntrico, reservándolo no sólo para los humanos, sino para los pocos elegidos que han poblado el Planeta Tierra en estos últimos dos mil años. Pero nuestro Dios ha estado pariendo vida desde tiempo inmemorial, y la solidaridad divina con la especie humana data desde hace al menos seis millones de años. Entonces, ¿por qué el reduccionismo? ¿por qué la idolatría conspicua? ¿por qué no honrar a la escala de tiempo de Dios antes que al crudo reduccionismo de los milenios recientes?

Para Jesús, sugiero que el tiempo es arquetípico más que lineal. Tal vez, es por eso que las escrituras distinguen entre kairos (tiempo sagrado) y chronos (lineal, tiempo medible). En un sentido Jesús pertenece al dominio del no-tiempo; desde ese contexto, seguramente, se puede identificar con nuestro sentido de tiempo circunscrito, pero como la historia de Jesús declara sin ambigüedad, Jesús está por siempre invitándonos a trascender esos límites estrechos y ridículos. Desafortunadamente, el cristianismo ha identificado este horizonte atemporal con un “mundo más allá”, imponiendo así su cosmología disfuncional sobre la mirada global de Jesús, que era significativamente más elegante y abierta.

La mente humana racional considera real sólo lo que puede medir y cuantificar. La mente divina obviamente trabaja en variaciones de escala diferentes. Los humanos tienden a apegarse rígidamente a lo que es observable y cuantificable. En un extremo de ese espectro está la esfera microscópica, en donde el continuo espacio-tiempo de cuatro dimensiones se desmorona en aquellos umbrales en donde nosotros los humanos sospechamos que hay otras dimensiones de tiempo, pero en esta etapa de nuestra inteligencia no las podemos descifrar. Una forma tentativa de nombrarlas son las seis a siete dimensiones enroscadas propuestas por los teóricos del hilo (ver Green). En la amplia escala macro, el espectro espacio-tiempo de cuatro dimensiones prueba ser más útil, pero ahora con el descubrimiento de la no-localidad, en donde sabemos que las cosas suceden más rápido que la velocidad de la luz, este modelo también está probando ser inadecuado.

No estoy tratando de demostrar que las dimensiones de tiempo ausentes, que la intuición nos dice que existen, puedan ser usadas como prueba de la existencia de una "mente" divina. Los argumentos basados en la necesidad de evidencia racional pertenecen a una disposición mental patriarcal. Ese tipo de sabiduría pertenece al pasado. La sabiduría que nos compete ahora, para la cual Jesús sirve como modelo ejemplar, es algo mucho más relacionada con la visión de la cual nació la teoría cuántica. Es la sabiduría del gran cuadro que honra la diversidad, la paradoja, el final abierto, y el misterio. Este es el espacio en donde nuestra relación con lo divino, cristiano u otro, tiene la mejor esperanza de crecer en sabiduría y madurez.

4. Discipulado (el "Reino de Dios")

Las tres nociones previas -relacionalidad, dar a luz y encarnación- se entrelazan en la síntesis original del enfoque primario sobre el que gira la vida y ministerio de Jesús. Los evangelios se refieren a esto como el "Reino de Dios". Eruditos contemporáneos, particularmente mujeres, encuentran el lenguaje e imaginería de realeza de mal gusto y recuerdan la opresión y dominación patriarcal. Como Jesús buscó trascender tal poder manipulador, es asombroso que se haya apegado tan de cerca a estas nociones condescendientes.

Jesús pudo haber adoptado y usado deliberadamente la terminología de realeza como una estrategia de subversión. Todas las iglesias cristianas han adaptado a Jesús, domesticándolo en lo que puede ser ampliamente descrito como un adulto de buen comportamiento de clase media. El respeto a la convención, el orden y la autoridad son característicos en esa cultura. Esto no deja lugar al Jesús de las parábolas, que trastocaba todas las normas convencionales, rompía muchas de las reglas religiosas respetables, y transformaba a las personas hacia una inclusividad radical de asociación y reconciliación.

Éste era el Jesús molesto, profético. Éste era el Jesús que emprendió a renovar todas las cosas. Así por momentos demolió casi sin piedad las normas e instituciones que se le ponían en el camino. A medida que Jesús hacía caso omiso de todas las normas reales y soberanas, ¿es posible que se apropiara de su lenguaje e imágenes, pero que les diera la vuelta, de modo que efectivamente ya no se reconocerían más? Al retener el lenguaje regio, Jesús hace una parodia de la dispensación misma que procura demoler. Éste es el elemento poético que se usa frecuentemente en el debate profético (ver Funk, 2002).

El dominio de la realeza ahora pertenecía a un poder diferente, no al poder sobre, sino al poder con. John Dominic Crossan describe el Reino de Dios como una compañía de empoderamiento, en donde las personas eran liberadas y empoderadas para parir nuevas posibilidades creativas para esa misma creación, en donde la fuerza de vida divina ha estado pariendo desde el principio de los tiempos. No hay más clases dominantes, no más favoritos selectos para los recintos reales, no más tratamiento preferencial para aquellos que llegaron a primera hora. Reina supremamente la igualdad, en el nombre del amor que da incondicionalmente, e invita a todos a un desafío más grande al que cualquiera de nosotros pudo alguna vez enfrentar: amar incondicionalmente, como nosotros mismos hemos sido amados y liberados.

Ahora el discipulado se ve diferente. Ya no está modelado en la lealtad a alguna figura noble a la cabeza. Ya no es el caso de seguir humildemente desde atrás. Nace la misión en asociación, y no es sólo colaboración entre personas, sino con el todo y con todos, en la creación del Nuevo Reino de Dios. El amor es la cualidad clave, pero también lo es la justicia, porque el amor sin justicia se hace sentimental y condescendiente. La cultura cristiana gusta de la caridad y está pronta a admirar y reconocer a la persona caritativa.

Durante décadas hemos sido caritativos en partes del planeta, con gran generosidad. Sin embargo, los pobres permanecen pobres y sin posibilidad de escapar de esa pobreza. ¿Por qué? Porque no conocen la justicia que les asegura que ellos también tienen su parte legítima. Esto es lo que hace al Reino de Dios tan radicalmente diferente: es una estrategia para el cambio práctico, no para trivialidades pías. Es una visión para la transformación radical, no una panacea para alguna utopía engañosa que mantiene a las personas con una esperanza vana.

Hay un sentido enorme de ambigüedad acerca de esta visión de Jesús. ¿Entendió Jesús completamente de qué se trataba? Probablemente no en todos los detalles, y parece que no logró la sincronización correcta. Los Evangelios sugieren que esperaba que sucediera durante su vida o un poco más adelante, pero estaba equivocado. Lo que sí consiguió, sin embargo, es que su vida y misión marcaran una profunda transformación cultural, con implicaciones planetarias y globales. El futuro sería diferente, aceptando que el futuro radicalmente nuevo puede ser realizado sólo por aquellos que adoptan el discipulado de Jesús.

Los eruditos reconocen esta ambigüedad en la descripción del Reino en los Evangelios cristianos, y estoy de acuerdo con aquellos que ven esto como una característica positiva más que negativa. Honra la humanidad fundacional de Jesús, tan esencial al arraigamiento encarnacional, y confía a los cristianos con responsabilidades de peso para el futuro desarrollo y evolución de la visión de Jesús. Jesús provee un modelo, uno profundamente inspirador y desafiante, pero que permanece radicalmente incompleto fuera de la comunidad-Cristo (Brock 1992), que constituye la historia de Jesús en cada momento en la historia, incluso la presente. La historia de Jesús no está cerrada; permanece radicalmente abierta al compromiso y creatividad continuos de cada nueva generación cristiana. Entre los eruditos de las escrituras, Leander Keck (2000, esp. 88 y sig.,110 y sig.) provee una tratamiento experto de esta intrincada cuestión.

Singularidad Humana

En la visión global cuántica, todo toma su identidad del contexto de sus relaciones y no de su separación auto-referencial o soledad. Como ha sido indicado frecuentemente en el capítulo 1, incluso Jesús toma su identidad del contexto de su misión. En los Evangelios sinópticos nunca se señala a sí mismo, siempre apunta lejos de sí mismo hacia el Reino de Dios. El Reino es el nombre terrenal para la matriz relacional desde donde Jesús toma su identidad individual.

Y con esta aventura aparece una definición completamente nueva de lo que significa ser humano. Se ha marchado para siempre el individuo solitario, aislado, competitivo, una identidad que los hombres adoptan prestamente por el condicionamiento cultural de los últimos cinco mil años, pero que algunas mujeres encuentran que no las llena, aún en estos días. Como especie, ninguno de nosotros puede abrazar completamente esta identidad, porque no es lo que hemos conocido por más de los seis millones de años que hemos estado en esta tierra. En la mayor parte de ese tiempo fuimos una especie igualitaria, conectada genéricamente con la tierra misma y mucho más benignos y cooperativos en nuestra relación con todos los seres sensibles. 3

Hay una matriz relacional de donde se engendra todo en la creación, siendo una característica importante la convergencia elegantemente descrita por Simon Conway Morris (2003). Teológicamente la llamamos la Trinidad, no sólo las “tres personas en una” cristianas, sino una capacidad arquetípica primordial de cocrear, parir, empoderar. Los humanos nacen de esta matriz porque la tierra que nos pare también es parida por ésta. La matriz original es la fuente de toda la realidad viva, incluso la del Jesús terrenal. La diferencia entre Jesús y nosotros es que Jesús probablemente era más conciente de esta identidad relacional, mientras que los humanos hoy, adoctrinados en la estratificación patriarcal, no son concientes de su identidad verdadera.

Es por medio de nuestra capacidad para relacionarnos que nos convertimos en lo que Dios desea que nos convirtamos. Desde el punto de vista cristiano, Jesús sirve como un modelo arquetípico que guía e inspira nuestros esfuerzos. De la misma manera que nosotros hemos sucumbido a la disección de la manipulación patriarcal, Jesús también ha sido su víctima. Las iglesias cristianas moldearon a Jesús y su historia en una caricatura que validara y justificara su filosofía separatista. No es probable que la conversión a un modo más relacional de vivir sea iniciada por instituciones grandes (religiosas, políticas u otras). Es probable que esa nueva orientación vaya de abajo hacia arriba, desde las personas de abajo que gradualmente se van desencantando de la cultura fragmentaria del individualismo. A pesar de las probabilidades en contra, esta apertura puede suceder mucho más rápidamente de lo que cualquiera de nosotros podemos imaginar.

Salvados por la narrativa

En la historia de la raza humana, el relato de cuentos es uno de los métodos pedagógicos más antiguo y perdurable (ver capítulo 1). Aún antes de desarrollar el lenguaje articulado contábamos historias, usando las habilidades preverbales manuales y visuales, el gesto y el símbolo. Y contábamos historias para una gran variedad de razones, pero lo básico en todas es la búsqueda innata de sentido y propósito. Más que cualquier otra cosa, la narración de historias entreteje los aspectos fragmentarios de la existencia y moldea nuestra realidad en un todo comprensible.

Las historias son experiencias arquetípicas en donde se integran hebras de sentido. El que habla y el que escucha son los agentes colaborativos para un proceso que libera sentido. Las historias funcionan en una manera algo similar al atractor extraño en la ciencia, esas simulaciones de computadora desarrolladas por los científicos modernos para ilustrar cómo las experiencias de vida nos empujan hacia el sentido focalizado. 4 Las historias generan su propia fuerza impulsora, para las cuales los narradores se convierten en el agente creativo, que está en interdependencia con la creatividad del que escucha la historia.

En cada etapa de la existencia humana la energía vital del cosmos y la dinámica del planeta Tierra entretejen la trama interna de nuestro ser. La historia libera lo que se está desplegando en ese panorama complejo, añadiendo coherencia a la búsqueda evolutiva de sentido. La historia honrará el cuadro más amplio y nos permitirá descubrir, una y otra vez, cómo nuestras vidas individuales se entremezclan con la matriz relacional de la realidad cósmica y planetaria.

¿Hay lugar para Dios, o lo divino, en este proceso? Todas las grandes religiones expresan sus verdades profundas en historias pasadas de mesías y profetas, de sagas y místicos, como por ejemplo, las parábolas de los Evangelios Cristianos. Sin embargo, cuando se trata de instituciones religiosas importantes como las iglesias, no se evalúa la fidelidad en términos de narración de historias o de escucha de historias, sino en términos de leyes, reglas, procedimientos, y observancias. Se describe frecuentemente a Dios como un señor antropocéntrico que gobierna por proceso racional como lo hacen los gobernantes de este mundo.

Las religiones han pasado colecciones de historias formalizadas que llamamos escrituras. Su propósito es iluminar lo divino y su impacto en nuestras vidas. Pero en varias situaciones contemporáneas, estas narrativas formalizadas esconden el atractivo espiritual de lo divino, más que revelar su verdadera naturaleza. Lo que aparece frecuentemente es las imágenes proyectadas de los mismos líderes religiosos, que tratan de intimidar a las personas para someterlas, robando a las personas su imaginación creativa y paralizándolas, en una pasividad que socava tanto la capacidad de contar como de escuchar historias liberadoras.

Un ejemplo me viene a la mente de las Escrituras Cristianas (Hc 16:25 y sig.): Pablo y Silas están presos, y como todos los otros internos, parecen estar amarrados con cadenas. En la oscuridad de la noche todo el edificio está movido como por un terremoto, la puerta de la prisión se abre de golpe y las cadenas de los prisioneros se sueltan de sus amarras. El gobernador de la prisión entra en pánico y está a punto de suicidarse cuando Pablo lo detiene, asegurándole que los prisioneros no han escapado. De hecho están bastante satisfechos de sólo estar en el medio de su libertad recién descubierta.

A partir de aquí (16:29), no volvemos a escuchar más acerca de los prisioneros. Lo que escuchamos es acerca del mismo Pablo y sus pruebas exitosas. Mientras tanto, se subvierte la riqueza y la gracia liberadora de una historia maravillosa, y se mina y erosiona el potencial del evangelio para la libertad. El escritor está tan metido en querer exonerar al héroe (Pablo) que pierde de vista la promesa de liberación de los oprimidos y presos. Se oblitera un momento único de evangelismo lleno de esperanza. Trágicamente, esto es lo que la cultura patriarcal tiende hacer con la praxis liberadora, cuya recuperación es una gran urgencia en los tiempos que ahora vivimos.

En la cultura occidental contemporánea, se tiende a subvertir la dinámica de la narración de historias. Los poderes que gobiernan nuestro mundo no pueden tolerar la naturaleza de final abierto de las historias. No pueden incluir aquellos que quieren participar en la historia que se va desplegando, que queda traducida en categorías retóricas vacías llamadas política, economía, las ciencias exactas y las ciencias sociales. Todo se reduce a una colección de silogismos, lo que Mark Jordan (2000) llama “tedio retórico” que sirve a una cultura petrificada y entumecida, en donde la imaginación y la creatividad están de baja todo el tiempo.

La historia de Jesús también necesita ser liberada de la prisión de la imaginación petrificada. Necesitamos articular de nuevo quién podría ser Cristo para nosotros hoy. No es Cristo el mismo ayer, el mismo hoy y para siempre, sino el que se hace amigo de nosotros como pueblo arraigado en la tierra y en casa en el cosmos. Necesitamos rescatar a Cristo de las fuerzas del reduccionismo religioso, cultural y político que han sido usadas extensivamente en los últimos dos mil años de cristianismo.

Postmodernismo

El reduccionismo continúa vigente, con una nueva apariencia para cada tiempo nuevo. Actualmente, uno de sus constructos más atrayentes es el del postmodernismo, elogiado por algunos como un nuevo movimiento liberador y condenado por otros por su volubilidad y superficialidad. El postmodernismo sostiene que hemos superado la era de la metanarrativa, historias generales gobernantes que guían nuestro camino e inspiran nuestras vidas. Se ven esas narrativas como imperialistas, que requieren que todos sigan un conjunto de miradas y conductas similares, extrañas al pluralismo y diversidad que se necesitan en la vida contemporánea. Por el otro lado, los críticos del postmodernismo lamentan la pérdida de valores definidos y centralizados, temiendo que crecientemente somos víctimas de la fragmentación cultural y el relativismo sin sentido.

Deseo sugerir que la mirada posmodernista es bastante distorsionada, y no está tan difundida como los occidentales frecuentemente asumimos. Tanto sus proponentes como sus adversarios parecen igualmente engañados. Se necesita observar algunos elementos cruciales:

Todos los defensores principales del postmodernismo son hombres occidentales de raza blanca, muchos de los cuales han pasado todas sus vidas en las instituciones académicas, separados de las cuestiones reales de la vida diaria. Las mujeres raramente destacan, y hay muy poca investigación intercultural.

La metanarrativa que se percibe bajo amenaza no es más que la mirada global occidental imperialista, que promovió el colonialismo en los siglos XIX y XX, y hoy es la fuerza impulsora detrás del mercadeo y publicidad beligerante de la globalización.

Me parece que este movimiento pertenece originalmente al surgimiento de la dominación patriarcal unos ocho mil años atrás, comprometido despiadadamente con la filosofía de “dividir y conquistar.”

Las religiones mayores adoptaron la misma estrategia básica, cada una reclamando ser la única metanarrativa válida, no sólo para su propio contexto cultural (por ej. el Hinduismo para el subcontinente indio) sino para toda la humanidad.

Intelectualmente, la cultura griega se hizo la norma gobernante cerca de tres mil años atrás, valorando el método racional, lógico, deductivo por encima del enfoque mitológico, que aprecia la imaginación y la intuición. El racionalismo y la prueba deductiva caracterizan la disposición mental patriarcal y la cultura dominante hasta nuestro tiempo.

El ataque por parte de los oponentes al postmodernismo está alimentado en gran medida por la nostalgia de un derecho al poder incuestionable que caracterizó a todas las instituciones dominantes hasta hace algunas décadas.

Entendida positivamente, la multiplicidad de ideas defendida por la mirada posmodernista ejercita un efecto purificador sobre todos los dogmas que han adquirido un estatus ideológico; esto incluye muchas de las religiones mayores que florecen hoy. (Más sobre este tópico en Gallagher 1997, 88-91).

Contrario a la contienda de los posmodernistas, me parece que varias metanarrativas prosperan en nuestro tiempo. Estas incluyen la nueva cosmología; la mirada científica de la teoría cuántica, una vasta variedad de información sobre tecnologías alternativas, por ej. la energía solar; el inconsciente colectivo de Jung; la filosofía de la red; enfoques alternativos sobre el cuidado de la salud; diálogo entre múltiples tradiciones religiosas. Junto con estas metanarrativas emergentes, necesitamos una historia de Jesús que sea congruente con el deseo de arquetipos en nuestro tiempo; que trataré en la sección final de este libro.

Estas metanarrativas contemporáneas son una amenaza a la cultura prevalente, mayormente por dos razones: 1) ofrecen comprensiones que son percibidas como tan nuevos que dejan poco lugar para lo viejo en cualquier forma; 2) incorporan niveles de diversidad y pluralismo considerados en desacuerdo con una metanarrativa auténtica y exclusiva. Hablando generalmente, las instituciones dominantes se asegurarán que los fondos no sean destinados a la investigación de estas innovaciones, porque entonces se haría transparente una verdad alternativa y podría conjurar la ruina para los poderes dominantes.

¿Cómo sería la historia de Jesús en el contexto de estas narrativas culturales que se van desplegando? Todas apuntan, en cierto grado, a rectificar las relaciones disfuncionales que los humanos han creado vis-à-vis frente a la red de vida cósmica y planetaria. Todos los movimientos mencionados anteriormente tienen el deseo de relaciones justas en el centro de sus demandas. Esto, también, es la verdad central del Reino que Jesús llegó a establecer, el Nuevo Reino de Dios en el corazón de la creación, al que los seguidores de Cristo de todas las eras se les pide comprometer su energía y creatividad.

Finalmente: ¡La Palabra se Hace Cuántica!

Este libro ofrece una nueva metanarrativa sobre la vida y ministerio de Jesús. Lo que la hace única y diferente de varias otras metanarrativas, es la forma en que nombra y revisa la cuestión del poder. Ubico la historia dentro del amplio marco de la mirada global cuántica. Una de las características más revolucionarias y confusas de la teoría cuántica es lo que sus proponentes llaman el colapso de la función de onda. En líneas generales es lo siguiente. El visionario cuántico trabaja primariamente con un mundo de posibilidades ilimitadas y cree que la realidad -en cualquier nivel- puede honrarse sólo cuando se toman en consideración todas las posibilidades. En vez del poder monolítico, busca honrar la diversidad creativa por la cual se da el empoderamiento.

Cuando elegimos una u otra consecuencia, o seleccionamos una posibilidad entre una variedad, hemos colapsado la función de onda. Según la ciencia clásica, nos hemos adentrado en el mundo de la realidad -el dominio de la verdad monolítica-, según la teoría cuántica hemos abandonado el mundo de la realidad, que florece en la diversidad creativa. En otras palabras, en el dominio cuántico, lo realmente real está donde todas las cosas son posibles; el mundo irreal se da cuando tenemos que elegir una opción a causa de ver limitadas nuestras opciones, y esa nos parece la mejor que podemos elegir, en cualquier situación.

Entonces, cada vez que colapsamos la función de onda -conferir realidad a uno u otro aspecto de nuestra experiencia- necesitamos recordar que es sólo una realización parcial de una sabiduría más grande, tal vez una de riqueza inagotable. Lo que nunca deberíamos hacer, entonces, es canonizar o inmortalizar algún aspecto de nuestra experiencia, hacer de ella una teoría, dogma, o conjunto de escrituras. Cada vez que hacemos esto, nos alienamos de nuestra fuente cósmica y planetaria; nos desempoderamos en una manera muy destructiva. Trágicamente, ¡esto es lo que la mirada clásica global nos alienta a hacer siempre!

El colapso de la función de onda es una metáfora para nuestro predicamento humano, un tipo de espada de doble filo de dolor agudo y veracidad penetrante. Podemos acceder a la verdad pero sólo en una manera limitada, al menos en esta etapa de nuestra evolución humana. La verdad más grande está siempre fuera de alcance y nos será revelada de acuerdo a nuestra habilidad para evocarla. Probablemente sólo los místicos pueden evocarla a mayor escala, aunque los teóricos clásicos equivocadamente piensen que es imposible.

Por lo tanto, cuando nos dedicamos a un aspecto particular de la religión formal, por ejemplo, la vida de Jesús, el Buda, o Krishna, hemos colapsado la función de onda. Estamos ocupándonos de una interpretación particular, limitada por el contexto cultural de un tiempo y un lugar particular. Si la dogmatizamos, somos automáticamente catapultados al mundo de la idolatría. Una interpretación cuántica de la historia tiene que ser diferente; y debe esforzarse por honrar el mundo en todas sus posibilidades. Esto también se aplica a las historias sagradas como Richard Rohr (2004, 107) nos recuerda cuando escribe: “Las historias sagradas pueden siempre y deben siempre ser leídas en muchos niveles para sacarles su poder transformador pleno.”

Jesús fue una criatura de abrazo cuántico. Habiendo roto las fronteras congestionadas de su tiempo, nos dejó un legado de trabajo sin terminar. Somos los privilegiados los que hemos heredado ese legado. De la misma manera que el gran trabajo de la creación continúa, lo hace el trabajo del Nuevo Reino que Jesús inauguró. ¿Cómo abrazamos este desafío en nuestro tiempo? ¿Cómo salvaguardamos la tradición del monopolio de control patriarcal? ¿Cómo retiramos las verdades perdurables de la rigidez del dogmatismo? ¿Cómo reclamamos al Jesús cuya historia nunca debimos haber encerrado en escrituras canonizadas o en una religión determinada?

Tal vez una manera de reclamar lo que se ha perdido o subvertido es invocando la imaginación creativa, precisamente lo que Jesús hizo en su vida y ministerio. Permitir que la historia de Jesús se cuente como nueva. Permitir que sea contada por un Jesús imaginario de nuestro tiempo. No nos desesperemos por no honrar la tradición porque todo lo mejor de lo que hemos heredado ya está en la tradición viva. En un sentido, las escrituras revelan a Jesús en el colapso de la función de onda: una interpretación particular, histórica, cultural. Por el otro lado, la tradición viva encarna al Jesús que es catalizador de nuevas posibilidades.

El Jesús que proclama y encarna la plenitud de la vida, trasciende todos los contextos estructurales de la historia, ya sea literario o institucional. Jesús vive primariamente en la organicidad de la creación misma, no sólo en el corazón humano sino en la pulsaciones del latido del corazón de la creación. Este es el entendimiento ampliado de Jesús que busca su expresión en la sección final de este libro, una narrativa que, esperamos, honre al Cristo de ayer, el de hoy, y el de todos los días, en el futuro con final abierto de la creación de Dios.

1. Etimológicamente, arquetípico denota lo más básico y lo más original. Un concepto prestado por la antropología y psicología jungiana, sugiere que la conciencia de la creación está infundida con patrones de energía psíquica que influencian cada aspecto de la vida incluyendo la conducta humana. El concepto del vacío creativo en la física moderna tiene un significado muy similar (ver Laszlo 2004; Swimme 1996, 91)

2. El lector no científico encontrará varios textos contemporáneos que exploran la teoría cuántica de manera muy accesible. También recomiendo las páginas de Internet www.sfu.ca/chemical/quantum y www.directory.google.com/science/quantum. Mi preocupación en la obra actual, y en mi libro Teología Cuántica O’Murchu 1997, 2004) es acerca de la visión que sustenta la teoría, en lugar de la teoría en sí. Otros que escriben en esta línea son Capra (1976) Zohar y Marshal (1994); Laszlo (1993; 1998; 2004), y Roszak (1999).

3. Lynn Margulis (1998) afirma que la capacidad de conducta igualitaria y de cooperación se puede rastrear hasta casi cuatro billones de años atrás a la conducta de la bacteria original – de ahí su concepto de simbiogénesis. En una línea similar, ver la obra pionera del paleobiólogo Simon Conway Morris (2003), y del evolucionista John Stewart (2000).

4. El concepto del atractor extraño es una construcción simbólica desde la interfaz de la física de partículas y la simulación computerizada. Ver una descripción breve en O’Murchu (2000) y Wheatley (1992); más detallada en Butz et al. (1997).