Barbara L.Eurich-Rascoe, Hendrika Vande Kemp, Feminity and shame: women, men and giving voice to the feminine, University Press of America, 1997.
A partir de 1960, las disciplinas psicológicas y educativas incorporaron correcciones por las cuales se animaba a las mujeres a desarrollar mayor autonomía e independencia, mientras se animaba a los hombres a desarrollar los aspectos relacionales y emocionales de su personalidad. La "Androginia", o la habilidad de mujeres y hombres para funcionar en ambos modos, masculino y femenino, empezó a ganar popularidad. Sin embargo, parece que las mujeres sí han sido capaces de incorporar la masculinidad con más eficacia con la que los hombres han asimilado la feminidad (Brod, 1987 - Pleck, 1981).
p.75
Stevens y Gardner (1994) descubren que los padres refuerzan a los chicos en su adopción de rasgos exageradamente masculinos y el rechazo de todo comportamiento femenino. Establecen que los chicos son mal atendidos al intentar hacerlos más masculinos. Citan investigaciones que demuestran que "los machos de nuestra especie, no las hembras, son el sexo débil" (p.27). Creen que los chicos que son presionados a la autonomía prematuramente tienen más posibilidades de sufrir problemas a largo plazo, producidos por un "confuso sentido de la identidad y una mayor ansiedad por separación". Estos autores siguen afirmando que los hombres son socializados para negar su propia dependencia y deseo de cercanía, a la vez que se les enseña que deben dominar a sus compañeras íntimas. Esta socialización empieza a una edad excesivamente temprana, y fuerza a los chicos a comportarse de manera constitutivamente inadecuada.
Steven y Gardner también muestran que los varones tienen mayor predisposición a sufrir anormalidades psicogenéticas (...) concluyendo que existe un "sutil elemento patogénico en la experiencia de aprendizaje social de los hombres: la sociedad exige mayor demanda de autonomía, distanciamiento, fortaleza individual y recursos a los hombres que a las mujeres, a pesar de que los varones están biológicamente menos equipados para satisfacer estas demandas".
(...) En una reciente revisión de la literatura de las diferencias sexuales, Maccoby (1990) descubrió que los niños pequeños no respondían a las prohibiciones verbales formuladas por las niñas durante momentos de juego. Maccoby sugiere que los chicos aprenden de observar la interacción de los padres, donde el padre no escucha a la madre. (...) Los chicos en grupos de chicos estaban menos predispuestos a escuchar a un adulto que a otro de ellos, sugiriendo que los chicos crecen separándose de la unidad social mientras crean lazos individuales, presentando la imagen de chicos jóvenes educándose entre ellos mismos. Añadamos a este separatismo masculino los modelos de rol agresivos a los que puedan tener fácil acceso en los medios de comunicación y entretenimiento. Stevens y Gardner sugieren que los chicos que no han vivido una infancia adecuada, que no han recibido el cariño adecuado y que no han visto satisfecha su necesidad de dependencia a temprana edad se convertirán en hombres con desventajas: menores recursos emocionales y un repertorio de comportamientos estrecho para obtener gratificación de sus necesidades. Esto da lugar en el hombre al llamado "Umbilicus Complex" ("complejo umbilical")...
pp.80-82
Freud y sus seguidores definían a la mujer como aquel hombre que carecía de pene, y sugerían que el sentido de identidad de la mujer radicaba en su envidia del hombre, causada por carecer de un importante aparato biológico. Horney definió a la mujer como poseedora de vagina, y sugería que el sentido de identidad de la mujer radicaba en ser consciente de que podía tener niñxs. Los teóricos objetivistas que retaron las nociones freudianas de la infancia definían a la mujer como poseedora de senos.
Cada una de estas definiciones de mujer depende exageradamente de algún órgano corporal, y conduce a una comprensión principalmente biológica de la mujer.
A mediados del siglo XX, los teóricos definieron a la mujer como la madre-otra (mother-other) contra la que el niño luchaba por la independencia; la madre era el constante recordatorio para el niño de la dependencia que él debía superar. La madre le recordaba al niño la dependencia física que él debía repudiar con tal de hacerse un lugar en una sociedad adulta. Las chicas estaban en desventaja de acuerdo con este modelo, porque las expectativas sociales sobre el rol de las chicas no permitían la completa separación e independencia, condición para la madurez.
Todos estos modelos continuaban definiendo a las mujeres en términos de su relación con otros, más que como personas de pleno derecho. (...) La afirmación de la masculinidad y el aislamiento se han sobrevalorado mientras la receptividad y relacionalidad tradicionalmente asociada a la feminidad se ha devaluado o valorado negativamente.
(...) A los chicos se les ha avergonzado por actuar de maneras no apropiadas a su género. Se les castiga por comportarse de manera femenina: una práctica que conduce a una expresión reactiva hipermasculina, así como a un rechazo de las figuras femeninas y cualquier asociación con ellas. Las chicas y mujeres han sufrido también una creciente presión social para rechazar su feminidad. Al mismo tiempo, los chicos y hombres continúan proyectando la feminidad en las mujeres, convirtiendo a las chicas y mujeres en únicas responsables de toda expresión de la feminidad en las relaciones interpersonales.
Es habitual en chicos que sean ridiculizados por sus padres y madres, por maestros y entrenadores, y por amistades masculinas por comportarse de forma femenina. (...) Cada vez es más evidente que los varones sufren una variedad de síndromes genéticos, hormonales y neurológicos que los convierten en constitutivamente débiles y más predispuestos a disfunciones cognitivo-neurológicas y enfermedades que las mujeres. A la vez que en ellos este riesgo es mayor, son educados en un ambiente social que demanda actitudes y comportamientos que exacerban los factores de riesgo e impactan negativamente en tales disfunciones. Por esta predisposición a experimentar disfunciones que los vuelven más dependientes de sus cuidadores, mientras se les entrena para evitar la dependencia y mostrar que no necesitan de los demás, los varones pueden llegar a sentirse frustrados, asustados y solos. (...) Repetidas experiencias de fracaso y vergüenza producen ira, hostilidad y un sentimiento de venganza. En un intento de liberarse de la vergüenza y la humillación, el hombre ataca a la mujer. Los ataques pueden ser físicos y/o psicológicos.
pp.122-127
Según Nathanson, conocer el sexo conlleva un sentimiento de vergüenza. (...) Saberse uno mismo afeminado, amanerado, femenino, mujer, marimacho, tiarrona,... conlleva sentir vergüenza. Los hombres denigran a las mujeres como una forma de "vengar el pronto rechazo de la madre, rebelarse contra la autoridad, expresar su envidia del poder moral y privado de la mujer, y devaluar el objeto primario de dependencia, en un afán defensivo del hombre por negar su impotencia". Las mujeres se convierten en contrincantes por los problemas del hombre con la ternura y la agresividad. Asimismo, la mujer devalúa al hombre como forma de vengar el rechazo y explotación del padre, expresar su envidia del poder económico y público de los hombres, y devaluar el objeto primario de independencia. Los problemas de las mujeres con la soledad convierten a los hombres en sus contrincantes.
En resumen, la vergüenza es evocada en las relaciones entre hombres y mujeres de la siguiente manera: cada uno identifica al otro como fuente de poder; el poder reside en su Alteridad. Esta identificación del otro como poderoso es una realidad inconsciente común. (...) Existe una solución: lo masculino de cada uno debe escuchar a lo femenino en su discurso; y lo femenino de cada persona debe procurar cariño para pacificar lo masculino.
pp.92-93