7 de marzo de 2012

La clásica teoría marxista sobre el matriarcado, por Evelyn Reed.

Ante todo, las mujeres no han sido siempre el sexo oprimido o “segundo sexo”. La antropología o los estudios de la prehistoria nos dicen todo lo contrario. En la época del colectivismo tribal las mujeres estuvieron a la par con el hombre y estaban reconocidas por el hombre como tales.

En segundo lugar, la degradación de las mujeres coincide con la destrucción del clan comunitario matriarcal y su sustitución por la sociedad clasista y sus instituciones: la familia patriarcal, la propiedad privada y el Estado.

Los factores clave que llevaron al derrocamiento de la posición social de la mujer tuvieron origen en el paso de una economía basada en la caza y en la recogida de comida, a un tipo de producción más avanzado, basado en la agricultura, la cría de animales y el artesanado urbano. La primitiva división del trabajo entre los sexos fue sustituida por una división social del trabajo mucho más complicada. La mayor eficacia del trabajo permitió la acumulación de un notable excedente productivo que llevó, primero, a diferenciaciones, y después a profundas divisiones entre los distintos estratos de la sociedad.

En virtud del papel preeminente que habían tenido los hombres en la agricultura extensiva, en los proyectos de irrigación y construcción, así como en la cría de animales, se apropiaron poco a poco del excedente, definiéndolo como propiedad privada. Estas riquezas potencian la institución del matrimonio y de la familia y dan una estabilidad legal a la propiedad y a su herencia. Con el matrimonio monogámico, la esposa fue colocada bajo el completo control del marido, que tenía así la seguridad de tener hijos legítimos como herederos de su riqueza.

Con la apropiación por parte de los hombres de la mayor parte de la actividad social productiva, y con la aparición de la familia, las mujeres fueron encerradas en casa al servicio del marido y la familia. El aparato estatal fue creado para reforzar y legalizar la institución de la propiedad privada, el dominio masculino y la familia patriarcal, santificada luego por la religión.

Este es, brevemente, el punto de vista marxista sobre el origen de la opresión de la mujer. Su subordinación no se debe a ninguna deficiencia biológica como sexo, sino que es el resultado de los acontecimientos sociales que destruyeron la sociedad igualitaria de la gens matriarcal, sustituyéndola por una sociedad clasista patriarcal que, desde sus inicios, se caracterizó por la discriminación y desigualdad de todo tipo, incluida la desigualdad de sexos. El desarrollo de este tipo de organización socio-económica estructuralmente opresiva, fue la responsable de la caída histórica de las mujeres.

Pero la caída de las mujeres no se puede comprender completamente, ni se puede elaborar una solución social y política correcta para su liberación, sin considerar lo que sucede actualmente con los hombres. Muy a menudo no se tiene en cuenta que el sistema patriarcal clasista, que ha hecho desaparecer al matriarcado y sus relaciones sociales comunitarias, ha destruido también la contrapartida masculina, la fraternidad tribal de los hombres. La derrota de las mujeres anduvo pareja con la dominación de las masas de trabajadores por la clase de los patronos.

La esencia de este desarrollo se puede ver más claramente si se examina el carácter fundamental de la estructura tribal que Morgan, Engels y otros han descrito como “sistema de consumo primitivo”. El clan comunitario era tanto una hermandad de mujeres como una hermandad de hombres. La hermandad, esencia del matriarcado, tenía claramente caracteres colectivos. Las mujeres trabajaban juntas como una comunidad de hermanas; su trabajo social proveía ampliamente al mantenimiento de toda la comunidad. Criaban a los hijos también en comunidad. Una madre no hacía distinción entre sus hijos y los de otra mujer del clan, y los niños, por otra parte, consideraban a todas las hermanas mayores como madres. En otras palabras, la producción y la propiedad en común iban acompañadas de la educación común de los hijos.

La contrapartida masculina de esta hermandad era la fraternidad, modelada según los mismos esquemas comunitarios. Cada clan, y el conjunto de clanes que comprendía la tribu, se caracterizaba por la “fraternidad” desde el punto de vista masculino, y por la “hermandad” o “matriarcado” desde el punto de vista femenino. En esta fraternidad matriarcal, los adultos de los dos sexos, no sólo producían para mantenerse, sino que alimentaban y protegían a los niños de la comunidad. Estos aspectos hicieron de la hermandad y fraternidad un sistema de “comunismo primitivo”.

Así, antes de que la familia tuviera como cabeza un padre individual, la función de la paternidad era social y no familiar. Además, los primeros hombres que desarrollaron funciones “paternales” no fueron los compañeros o “maridos” de las hermanas del clan, sino sus hermanos. Y esto no sólo porque los procesos fisiológicos de la paternidad eran desconocidos, sino más bien porque este hecho era insignificante en una sociedad fundada en el colectivismo productivo y en el cuidado común de los hijos.

Aunque actualmente nos pueda parecer extraño a nosotros, que estamos acostumbrados a la forma particular de educación de los hijos, era perfectamente natural en la comunidad primitiva, que los hermanos del clan, o sea, los maternos, ejercieran estas funciones paternas hacia los hijos de las hermanas, que más tarde fueron asunto del padre individual respecto a los hijos de la esposa.

El primer cambio en este sistema de clan hermano-hermana se debe a la creciente tendencia de la pareja, o de la “familia a dos”, como lo han llamo Morgan y Engels, a vivir juntos en la misma comunidad y casa. Sin embargo, la simple cohabitación no alteró sustancialmente las relaciones colectivas o el papel productivo de las mujeres en la comunidad. La división del trabajo según el sexo, efectuada entre hermanas y hermanos del clan, se transformó gradualmente en división sexual del trabajo entre marido y esposa.

Pero mientras prevalecieron las relaciones colectivas y las mujeres continuaron participando en la producción social, permaneció, en mayor o menor medida, la originaria igualdad entre los sexos. La comunidad entera continuó proveyendo a cada miembro de la pareja, quizás porque cada miembro de la pareja contribuía también en la actividad laboral.

Por lo tanto, la familia de pareja, tal como aparece en los albores del sistema familiar, era radicalmente distinta del actual núcleo familiar. En nuestro sistema capitalista, desordenado y competitivo, cada familia debe salvarse o ahogarse, contando sólo con sus posibilidades y no puede contar con la ayuda externa. La esposa depende del marido, y los hijos deben contar con sus padres para su subsistencia, aunque estén sin trabajo, enfermos o muertos. En el período de la familia de pareja no existía este tipo de dependencia de la “economía familiar”, porque la comuna entera se hacía cargo de las necesidades fundamentales de cada individuo desde la cuna hasta la tumba.

Esta fue la causa concreta de la ausencia, en la comunidad primitiva, de las opresiones sociales y los antagonismos familiares, tan frecuentes actualmente.

Se ha dicho a veces, explícita o implícitamente, que la dominación masculina ha existido siempre y que las mujeres han sido siempre tratadas brutalmente por los hombres. O también, a veces, se ha creído que las relaciones entre los sexos, en la sociedad matriarcal, eran exactamente lo contrario de las nuestras –con las mujeres dominando a los hombres. Ninguna de estas afirmaciones ha sido confirmada por los descubrimientos antropológicos.

No es mi intención alabar la era salvaje ni auspiciar un retorno romántico a laguna pasada “edad de oro”. Una economía basada en la caza y el aprovisionamiento de comida representa el estadio más bajo del desarrollo humano, y sus condiciones de vida eran desagradables, crueles y duras. Sin embargo, debemos reconocer que las relaciones entre el hombre y la mujer eran fundamentalmente distintas a las nuestras.

En el clan no existía la posibilidad de que un sexo dominara al otro, de la misma forma que una clase no podía explotar a la otra. Las mujeres ocupaban un lugar preeminente porque eran las principales productoras de bienes y de nuevas vidas. Pero esto no las indujo a oprimir a los hombres. Su sociedad comunitaria excluía la tiranía de clase, de raza o de sexo.

Como ha dicho Engels, con la aparición de la propiedad privada del matrimonio monogámico y de la familia patriarcal, entraron en juego nuevas fuerzas sociales, tanto en la sociedad en su conjunto, como en la organización familiar, que abolieron los derechos que anteriormente tenía la mujer.

De la simple cohabitación de la pareja, se pasó al matrimonio monogámico legal y rígidamente regulado, que puso a la esposa y a los hijos bajo el control completo del marido y padre, el cual daba su nombre a la familia y determinaba sus condiciones de vida y su destino.

Las mujeres, que habían vivido y trabajado juntas, educado en común a sus hijos, se dispersaron como esposas de un solo hombre, destinadas a su servicio y al de una sola casa. La primitiva e igualitaria división sexual del trabajo entre los hombres y las mujeres de la comunidad, cedió paso a una división familiar del trabajo, en la cual la mujer era alejada cada vez más de la producción social, para convertirse en sierva del marido, de la casa y de la familia. Así, las mujeres, en un tiempo “administradoras” de la sociedad, con la formación de las clases fueron degradadas al papel de administradoras de los hijos de un hombre y de su casa.

Esta degradación de las mujeres ha sido un especto permanente en los tres estadios de la sociedad de clases, desde la esclavitud, pasando por el feudalismo, hasta el capitalismo.

Mientras las mujeres dirigían, o por lo menos, participaban en el trabajo productivo de la comunidad, fueron estimadas y respetadas, pero cuando se desmembraron en una unidad familiar separada y ocuparon una posición subalterna en la casa y en la familia, perdieron su prestigio, su influencia y su poder.

¿Nos puede extrañar que unos cambios sociales tan drásticos hayan llevado a un antagonismo tan profundo y duradero entre los dos sexos? Como dice Engels:

La monogamia no ha significado en absoluto, desde el punto de vista histórico, una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún, constituye la forma más alta de matrimonio. Por el contrario, ha representado el sometimiento de un sexo por el otro y la aparición de un antagonismo entre los sexos desconocido en la historia precedente…El primer antagonismo de clase aparecido en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre hombre y mujer en la monogamia, y la primera opresión de clase con la del sexo femenino por parte del masculino” (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).

Es necesario hacer una distinción entre los dos tipos de opresión que las mujeres han sufrido en la familia monogámica y en el sistema basado en la propiedad privada. En la familia productiva campesina de la era preindustrial, las mujeres gozaban de un `status` social más elevado y de un respeto mayor del que goza actualmente en nuestras ciudades el núcleo familiar doméstico.

Mientras la agricultura y el artesanado dominaron la economía, la familia campesina, que era numerosa o “extensa”, continuaba siendo una unidad productiva vital. Todos sus miembros tenían funciones concretas e importantes, según el sexo y la edad. Las mujeres ayudaban a cultivar la tierra y hacían trabajos en la casa, mientras los niños y los demás producían su parte según sus capacidades.

Todo esto cambió con el nacimiento del capitalismo industrial y monopolista y con la formación del núcleo familiar. Cuando grandes masas de hombres fueron expoliados de la tierra y de sus pequeñas empresas, y se convirtieron en trabajadores asalariados en las fábricas, no tuvieron para vender, y sobrevivir, más que su fuerza de trabajo. Sus mujeres, alejadas de las fábricas productivas y del artesanado, devinieron completamente dependientes de los maridos para su mantenimiento y el de sus hijos. De la misma manera que los hombres dependían de sus patronos, las mujeres dependían de sus maridos.

Privadas gradualmente de su autonomía económica, las mujeres perdieron también la consideración social. En las fases iniciales de la sociedad clasista fueron alejadas de la producción social y del liderazgo, para convertirse en productoras en el ámbito de la familia agrícola, trabajando con el marido para a casa y la familia. Pero con la sustitución de la familia campesina por el núcleo familiar propio de las ciudades industriales perdieron su último punto de apoyo en terreno sólido.

Las mujeres se encontraron entonces frente a dos tristes alternativas: buscar un marido que las cuidase y hacer de ama de casa en un apartamento de la ciudad, criando la próxima generación de esclavos asalariados; o bien, para las más pobres y desafortunadas, hacer los trabajos marginales de las fábricas (junto a sus hijos), y ser explotadas como la fuerza de trabajo más esclavizada y peor pagada.

En las generaciones pasadas, las mujeres trabajadoras lucharon por el empleo junto a los hombres, por aumentos salariales y mejoras en las condiciones laborales. Pero las mujeres, en calidad de amas de casa dependientes, perdieron estos medios de lucha social. Sólo podían lamentarse o pelearse con el marido y los hijos por la miseria de su vida. El contraste entre los sexos se vuelve más profundo y áspero con la degradante dependencia de las mujeres respecto a los hombres.

A pesar del hipócrita homenaje rendido a las mujeres como “madres santas” y devotas amas de casa, su valor disminuyó, alcanzando el punto más bajo con el capitalismo. Puesto que las amas de casa no producen bienes, ni crean ningún excedente para los explotadores, no son importantes para los fines del capitalismo. En este sistema existen sólo tres justificaciones para su existencia: el ser amas de cría, guardianas de la casa y compradoras de bienes de consumo para la familia.

Mientras que las mujeres ricas pueden hacerse sustituir por las criadas en el desempeño de los trabajos más aburridos, las pobres están ligadas a esta inaguantable cadena para toda la vida. Su condición de servilismo aumenta cuando están obligadas a un trabajo externo para contribuir al mantenimiento de la familia. Asumiendo dos responsabilidades, en lugar de una, están doblemente oprimidas.

Pero incluso las amas de casa de la clase media son víctimas del capitalismo del mundo occidental, a pesar de sus privilegios económicos. La monótona condición de aislamiento y de aburrimiento en que se encuentran, las induce a “vivir a través” de sus hijos –relación que alimenta muchas de las neurosis que afligen hoy en día la vida familiar. Tratando de aliviar su sufrimiento, son manipuladas y depredadas por los especuladores del campo de los bienes de consumo. La explotación de la mujer como consumista forma parte de un sistema que se desarrolló, en primer lugar, con la explotación del hombre como productor.

Los capitalistas tienen miles de razones para exaltar el núcleo familiar. Su ambiente es una mina de oro para todos los especuladores, desde los agentes inmobiliarios a los vendedores de detergentes y cosméticos. Si producen automóviles para uso individual, en lugar de desarrollar adecuadamente los transportes públicos, es porque es más rentable, como lo es vender casas pequeñas en parcelas privadas, cada una de las cuales necesita su lavadora, su frigorífico y otras cosas similares.

Por otra parte, el aislamiento de las mujeres en casas particulares, ligadas todas a las mismas tareas con la cocina y con los hijos, les impide unirse y llegar a ser una fuerza social o una seria amenaza política para el poder constituido.

¿Cuál es la lección que se puede extraer de esta panorámica sobre el largo cautiverio de las mujeres en la casa y con la familia, propia de la sociedad clasista –tan distinta de su situación de fuerza e independencia en la sociedad preclasista?

Nos muestra que el estado de inferioridad de las mujeres no ha sido el resultado de un condicionamiento biológico ni del embarazo. Éste no constituía un hándicap en la comunidad primitiva; lo ha empezado a ser, principalmente, en el núcleo familiar de nuestros días. Las mujeres pobres están destrozadas entre la obligación de cuidar a los hijos y la casa y, al mismo tiempo, trabajar fuera para contribuir al mantenimiento de la familia. Las mujeres, por lo tanto, han sido condenadas a su estado de opresión por las mismas fuerzas y relaciones sociales que han llevado a la opresión de una clase sobre otra, de una raza sobre otra, de una nación sobre otra. Es el sistema capitalista –último estadio del desarrollo de la sociedad de clases- la fuente principal de la degradación y opresión de las mujeres.
 
Fuente: Sugarra.

Primera edición: Revista International Socialist Review, septiembre 1970, Vol. 31, No. 3, pp. 15-17 y 40-41.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 8 de marzo de 2008, Día Internacional de la Mujer.
Fuente del texto digital: Clase y Género. Favor de citarlos como la fuente originaria del artículo en castellano e incluir un enlace a su pagina de internet, http://www.clasecontraclase.cl/generoSeminario.php.