En España, desde el 5 de noviembre de 1999, se puede elegir el orden de los apellidos, tanto en el momento de inscribir a una persona al nacer (condicionando el resto de inscripciones de hijos de los mismos padres) como tras la mayoría de edad.
No lo olvidemos, nuestras leyes lo permiten.
"Es, por tanto, más justo y menos discriminatorio para la mujer permitir que ya inicialmente puedan los padres de común acuerdo decidir el orden de los apellidos de sus hijos, en el bien entendido de que su decisión para el primer hijo habrá de valer también para los hijos futuros de igual vínculo, lo cual no impide que, ante el no ejercicio de la opción posible, deba regir lo dispuesto en la Ley."
Ley 40/1999, de 5 de noviembre, sobre nombre y apellidos y orden de los mismos.
Sin embargo, no sé de muchos padres que ofrezcan a sus parejas/madres de sus hijos la posibilidad de colocar el apellido materno en primer lugar.
Yo, por supuesto, ya le he ofrecido esa posibilidad a mi pareja, y ella tiene la última palabra.
Creo que la matrilinealidad es la forma más pacífica de socavar los cimientos del patriarcado.
Igualmente, pensamos educar a nuestros hijos en la libertad de poder ejercer este derecho, enseñándoles que el apellido materno debería ser el principal.
Por sentido común y por amor a su madre, sin por ello perder la dignidad.
Pero tras siglos de "patrilinealidad", no es tarea fácil cambiar las costumbres de una sociedad machista. El entorno, la familia, las amistades... se preguntan por tan extraña decisión: "¿Por qué no quieres que lleven tus apellidos?", "¿Renuncias a ser su padre?", "¿Qué dirá su abuelo?"... son los comentarios que saltan al instante.
Porque, al fin y al cabo, ¿qué significa ser padre, y más aún, padre-no-patriarcal? ¿acaso no es mucho más que transmitir unos apellidos, asegurarse un linaje para transmitir la herencia, o rodearse de pequeños vástagos que deberán imitar al patriarca?