La
polémica sobre las cremas blanqueadoras de la piel que se venden en
oriente llega de vez en cuando a occidente a causa de algún anuncio
especialmente vergonzoso. Lo cierto es que la mayoría de estos
anuncios no podrían emitirse en Europa o América sin ser
denunciados, pero son de lo más corrientes en Asia (también en
África, pero sus mercados no son tan poderosos). Mucha gente remarca
la ironía de que medio planeta compre productos para broncearse,
mientras el otro medio los compra para palidecer. Sin embargo, sería
un error quedarse en esta comparación y achacar todo el asunto a una
cuestión de moda y estética. Como en todos los asuntos humanos,
éste tiene muchas otras facetas.
En
oriente como en occidente, durante milenios, la palidez fue un rasgo
de belleza. Es sabido que esto se debía al hecho de ser un marcador
social: los campesinos trabajaban al aire libre y el sol los tostaba,
mientras los ricos y nobles se podían permitir estar a cubierto y
mantener la piel pálida. He visto fotos familiares de campesinas en
los años 40 o 50, en que se las veía trabajando en el campo
cubiertas con grandes sombreros, pañuelos que les tapaban casi toda
la cara, guantes y pantalones largos, todo para evitar perder su
blancura, y parecer, aunque fuera una ilusión, que en realidad no
trabajaban.
Pero
para las clases altas esto estaba cambiando: en la mayoría de los
países occidentales, la fuerza de trabajo no era agraria, sino
proletaria; los trabajadores pasaban el día encerrados en fábricas
y oficinas; los altos empleados, los jefes y propietarios, o los que
no necesitaban trabajar, se podían permitir largas vacaciones en la
costa o en playas tropicales, en cruceros, en hoteles, etc. Por lo
tanto, estar bronceado se convirtió en el nuevo signo de prestigio
social. Estos conceptos se instalan en la mentalidad colectiva con
fuerza, porque el estándar se convierte en un mecanismo de presión:
de ahí el éxito de las cabinas de rayos uva; he visto mujeres
desesperadas por ponerse morenas antes de empezar a ir a la playa,
porque les daba vergüenza aparecer “demasiado blancas”; y tras
el verano he tenido que soportar las observaciones despectivas de
“¡qué blanca estás!” con el doble sentido de: ¡no has tenido
vacaciones!, mientras las susodichas presumen de su color chocolate
que implica estupendos viajes por las islas.
El
porqué este proceso no se ha dado en Asia tiene que ver con su
historia, marcada a fuego por el colonialismo. En la India, en el
sudeste asiático, y por mimetismo en otros países no directamente
colonizados, la cultura tradicional de aprecio por la palidez se
entremezcla con el sentimiento de inferioridad inculcado por varios
siglos de influencia occidental. El concepto de oscuridad igual a
suciedad se puede encontrar en muchos repugnantes anuncios de jabón
antiguos. Los nativos eran inferiores, salvajes, incultos... y
oscuros.
Otro
fenómeno importante que se daba en las sociedades colonialistas era
el de las capas intermedias de mestizos entre los blancos y los
nativos, capas de población que ocupaban lugares preferentes en la
administración y las estructuras coloniales: los nativos sabían
que, mientras más pálidos fueran, más posibilidades tenían de
ascender socialmente, de ser perdonados por su origen oscuro.
Desgraciadamente, éste fenómeno también era muy conocido entre los
negros de los Estados Unidos, donde se pueden encontrar también
viejos anuncios de cremas blanqueadoras: durante mucho tiempo, la
palidez era un grado de valor social, fomentado por los propios
afroamericanos, ya que podía facilitarles el acceso a trabajos mejor
pagados. Posiblemente, aún ahora la palidez supone un rasgo que
inconscientemente sigue significando una mayor aceptación por parte
de la cultura blanca.
Porque
la valoración de la palidez tampoco ha desaparecido del todo en
occidente, y la moda vuelve de tanto en tanto. No sé cómo está la
situación ahora, pero recuerdo temporadas de los ochenta y los
noventa, después de un verano machacando con los anuncios de cremas
para tostarse, llegar al otoño y descubrir que la nueva temporada
promocionaba “la tez pálida” (la industria de la moda, siempre
fomentando nuestra esquizofrenia).
En
los anuncios orientales, el tema del triunfo social está siempre
implícito: una chica (o chico) oscura/o es ignorada/o por todo el
mundo, hasta que una amiga o amigo le recomienda la crema en cuestión
que la vuelve pálida o pálido, y entonces los chicos y chicas caen
a sus pies, y en el trabajo es aplaudida/o por todos. Las marcas de
estas cremas son internacionales: Palmolive, Nivea, etc., con
productos especiales para el mercado asiático, que por supuesto son
tan falsos como las cremas rejuvenecedoras y otros timos que se
dedican a explotar las debilidades de las consumidoras: no hay ningún
producto que aclare la piel, tan sólo sería útil protegerse de los
rayos solares, pero no se puede ir más allá de lo que la genética
dicta. Existen, claro, tratamientos químicos que se pueden conseguir
por un pastón en las clínicas de estética, y que todas las ricas
se hacen. La mayoría son negativos para la piel y la salud, y el
resultado se parece tanto a la blancura como el tratamiento con
bótox se parece a la juventud. Pero dejando aparte estos productos
legales, para las mujeres pobres aún existen cremas ilegales de
fabricación china, muy extendidas en los mercados asiáticos y
africanos, que incluyen ingredientes como el mercurio y producen
graves lesiones en la piel de estas consumidoras que se han creído
el cuento de la crema milagrosa.
Los
estudios afirman que el mercado de las cremas blanqueadoras no hace
más que crecer, junto con las emergentes economías asiáticas. Para
muchas mujeres sigue siendo una cuestión vital: es sabido que
todavía una novia oscura debe pagar más dote en la India. Muchas
consumidoras lo defienden como una simple opción estética, y es
cierto que en los países asiáticos se percibe como algo normal.
Incluso algunas de estas cremas se normalizan evitando hablar de
blancura y aludiendo a “piel más brillante”, aunque las imágenes
promocionales ilustran lo que eso significa en realidad. Pero en un
mundo globalizado todo está a la vista del mundo entero. Los vídeos
de youtubers que prueban productos de belleza son visionados en todo
el planeta, y los de aquellos que prueban cremas blanqueadoras,
mostrando el antes y el después, están llenos de comentarios de
condena de habitantes de otros países donde esta actitud hiere la
sensibilidad, sobre todo de afrodescendientes en el primer mundo,
cuyas poblaciones han librado una larga batalla para valorar sus
rasgos no-europeos. Las cremas blanqueadoras no son inocuas: esconden
un rechazo de la propia identidad, un sentimiento de inferioridad y
una persecución de un ideal negativo e imposible, que, como todo en
el mercado de consumo, promueve una insatisfacción permanente que
sirve para multiplicar las ventas.
Artículo publicado originalmente en La mano blanca de la luna