11 de julio de 2015

El velo como bandera: tradición y modernidad de la mujer musulmana

Generalmente, los artículos sobre inmigrantes musulmanes en Europa suelen centrarse en dos temas: el terrorismo y el velo. Que esta prenda de vestir sea un objeto de preocupación tan importante como la grave amenaza terrorista demuestra que su valor simbólico se ha disparado en los últimos años. El velo en menores (conflictos con las escuelas) trasluce el temor a que las pequeñas estén siendo manipuladas, obligadas a aceptar una sumisión al varón que en Europa se combate desde hace al menos un siglo. Lo mismo sucede con mujeres adultas en el caso del velo integral, signo extremo de la negación física. Para la sociedad occidental, permitir que suceda parece consentir que una forma de pensar contraria a las libertades se vaya imponiendo, disfrazada de tradición. No vengo yo a solucionar el tema del velo, pero sí a hacer varias reflexiones después de algunas lecturas que he hecho. Hablar del velo significa hablar de muchas otras cosas: religión, tradición, política, racismo. Cada tema da para una enciclopedia, pero aún así se pueden decir algunas cosas brevemente. Es más, se deben decir, porque en estos temas nadamos en un océano de ignorancia.


The veil series es un trabajo de la fotógrafa británica-iraní Sara Shamsavari, en el que retrata a mujeres de Londres, París y Nueva York como muestra del uso moderno y estético del hiyab.

Reinventar la tradición

Como explica la antropóloga Verena Stolke, las ideas sobre los extranjeros que se han generalizado actualmente en Europa responden a una nueva clase de exclusión que ya no es el antiguo racismo que dividía a los seres humanos entre superiores e inferiores. El nuevo “fundamentalismo cultural” hace las diferencias en función del territorio, asignando a cada uno una cultura (e ignorando la propia variedad de cada estado). Estas culturas son totalmente extrañas las unas a las otras, y por eso cada una practica un etnocentrismo “natural”: “El fundamentalismo cultural contemporáneo se basa en dos suposiciones: que las distintas culturas son de una variedad infinta, y que, dado que los seres humanos son intrínsecamente etnocéntricos, las relaciones entre las culturas son por naturaleza hostiles.” Los individuos que viven fuera de su territorio/cultura, al ser ellos también etnocéntricos, se vuelven una amenaza para el territorio en que están. Por eso, la emigración de gentes de un territorio a otro es vista como un hecho problemático y preocupante (no un hecho natural e inmemorial).

No es un concepto muy diferente de lo que Olivier Roy llama “neoetnicidad” en relación a la manera en que los países de occidente han catalogado a los inmigrantes musulmanes. Primero, todos comparten algo llamado “cultura musulmana”, como si la religión definiera todos sus aspectos culturales, sin distinción entre países de origen; segundo, les define el hecho de haber nacido en esos países, sean o no creyentes, practicantes o técnicamente de otras religiones (ateos, cristianos libaneses, etc.); tercero, el musulmán es el otro, opuesto al autóctono (no al cristiano).

Este proceso de catalogación y etiquetación del extranjero realizado por Europa ha funcionado en las dos direcciones, porque los inmigrantes también lo han asumido. Se da por hecho que al venir de su país traen consigo “su cultura”, pero para la mayoría, supone pasar de una sociedad donde la identidad religiosa era algo supuesto y formaba parte de la estructura social, a otra sociedad donde su religión es minoritaria, sus tradiciones no forman parte de la mayoría, y donde su fe tiene que reivindicarse y hacerse notar para existir. De pronto, el creyente necesita definirse, no ya como integrante de una sociedad, que ya no existe, sino individualmente, y aparte de cualquier tradición: “La pérdida de visibilidad hace que el islam deba afirmase cada vez más como una opción individual, [...]. En la actualidad la problemática del velo llevado voluntariamente: es una reapropiación y afirmación de uno mismo, y no ya un signo de conformismo social”.

Los hijos de inmigrantes que quieren recuperar su identidad musulmana no lo hacen recuperando la cultura de los padres, sino una supuesta “cultura musulmana”, un islam “neutro”, descontextualizado, individualista y de nueva creación. Este proceso no es diferente del que se vive en los propios países de origen ante el reto de la modernidad, las crisis políticas y el resto de problemas que los sacuden. Este islam neutro y reinventado es el que se está extendiendo, y uno de sus símbolos es el velo : “El velo se ha convertido en un símbolo, aún sin serlo en propiedad […]. Ha pasado de tratarse de una prenda con más sentido étnico y tradicional que religioso y su uso estar casi erradicado en Egipto y en el Cercano Oriente de los años sesenta, a retomar el protagonismo perdido a causa de la presión ejercida, especialmente en las últimas décadas, por los movimientos fundamentalistas.” (A. Motilla)

La tradición del velo

Convertir el velo en un símbolo del islam no es tarea fácil, porque no se sustenta en ninguna obligación, no hay disposiciones claras e identificables. Se suele citar la aleya 33.59 del Corán, donde se prescribe que las mujeres “se cubran” con el yalabib, que significa “vestido” o “túnica” a pesar de que a menudo se traduzca por “velo”. Las primeras exégesis ya discutían cómo interpretar las disposiciones del profeta, y a qué normativas debían dar lugar. De estas disposiciones posteriores surgió lo que se llama “código hiyab” de vestir: a partir de la pubertad, la mujer debe cubrir todas las partes de su cuerpo que pudieran provocar miradas lascivas, que son prácticamente todas excepto la cara, las manos y los pies. La ropa que la cubre, además, no debe ceñir el cuerpo ni ser transparente. Éstas ideas corresponden a una cierta escuela de tradición, pero no son obligatorias. Ni el imam más estricto puede decir que seguirlas es una obligación, tan sólo una opción. Por eso, una mujer musulmana y devota puede optar por no seguirlas, entendiendo que no forman parte del núcleo de la religión islámica.

Se suele decir que el Corán otorgó a las mujeres unos derechos que antes no tenían, aunque al leerlo en la actualidad resulte retrógrado; pero hablamos del siglo VIII, y es cierto, la situación de las mujeres en Arabia antes del islam era terrible. Sólo tenían alguna seguridad las mujeres ricas o de familias poderosas; para cualquier otra, existía la posibilidad de ser capturada en cualquier momento y convertida en esclava de su captor, si no tenía de su lado un marido o una familia lo bastante fuertes para recuperarla; y la vida de esclava era miserable, hasta el punto de ser convertida en factoría de hijos esclavos. Mahoma era especialmente sensible a la suerte de los marginados, los miserables y los esclavos. Toda su vida fue una negociación muy meditada para que sus ideas innovadoras fueran aceptadas, como su revolucionaria idea de que las mujeres heredaran en lugar de ser parte de la herencia, o que la esclavitud de un hermano musulmán no era aceptable; en ocasiones no lo consiguió, o con muchos trabajos: siguió habiendo esclavos, y las mujeres siguieron sometidas, mucho más a medida que las conquistas trajeron riqueza y poder. Si Mahoma era el modelo a seguir por los musulmanes, éstos olvidaron pronto su forma igualitaria de tratar a las mujeres, y su piedad para con los esclavos.

Pero hay que volver a esa indicación de cubrirse, y entender a qué se refiere. En este caso, el fracaso se hizo evidente. Mahoma no consiguió convencer a los hombres de que debían respetar a las mujeres sólo porque eran personas y musulmanas. La mujer cubierta era una señora, mientras que la descubierta delataba su condición de esclava, por tanto podía ser asaltada. Porque un cuerpo a la vista es una tentación irresistible para un hombre, que pierde toda capacidad de raciocinio y no puede contenerse. La base de la idea del cubrimiento, sea éste como sea, es que el cuerpo de la mujer es provocador y causante de la reacción del hombre, culpable de lo que le pase. Esto es contrario al ideal de igualdad del islam, que abomina de que un creyente violente a otro. Sucede lo mismo con las disposiciones sobre el derecho del marido a pegar a su mujer; se conservan innumerables hadices en que Mahoma abomina de ello, pero en este caso su negociación fracasó. Pudo establecer unos derechos matrimoniales y para los hijos, pero lo que pasara en cada casa era un asunto doméstico.

Hay grandes mujeres relacionadas con el Profeta, muy apreciadas en las primeras épocas del islam, pero la historia las ha oscurecido o las ha obviado, porque sus personas resultan incompatibles con la idea de mujer sumisa. Khadija fue su primera esposa, quince años mayor que él, viuda y mujer de negocios. Fue su primera seguidora, y Mahoma no hubiera podido seguir adelante sin su apoyo. Aunque la poligamia era corriente en su sociedad, nunca se casó con otra mientras vivió. Su muerte tras veinte años de matrimonio fue un duro golpe para él. Después Mahoma reunió varias esposas, muchas de ellas por causa de alianzas políticas, y la mayoría eran viudas o divorciadas. Se casó con hijas de sus amigos y aliados, como es el caso de Aisha, que fue su amor principal hasta su muerte. Era una niña cuando se casaron, y sólo tenía 18 años al enviudar del Profeta, pero se convirtió en un pilar de la comunidad musulmana, una autoridad de referencia, capaz incluso de ir a la guerra contra facciones contrarias. Un gran papel tuvo tambien Um Salma, que era en cambio una mujer madura y de gran personalidad, líder de las reivindicaciones de las mujeres musulmanas. Otra gran mujer fue la bisnieta de Mahoma, Sakina. “Era alabada por su belleza, lo que los árabes denominan belleza, una mezcla explosiva de gracia física, inteligencia crítica y elocuencia corrosiva. Los hombres más poderosos se la disputaban, califas y príncipes le proponían matrimonios que ella desdeñaba por razones políticas. No obstante, acabará casándose con cinco maridos, algunos dicen que seis. Se disputó con unos, hizo declaraciones de amor inflamadas y apasionadas a otros, llevó a uno ante los tribunales por infidelidad y nunca consintió a ninguno la ta'a (principio de obediencia, clave del matrimonio musulmán). En sus contratos de matrimonio, estipulaba que no obedecería al marido, que sólo haría su antojo y que no le reconocía el derecho de poligamia, todo ello debido a su interés por los asuntos políticos y la poesía. Seguía recibiendo en su casa a poetas y asistiendo, a pesar de sus múltiples matrimonios, a los consejos de los Coraix” (F. Mernissi). Como ella, hubo otras mujeres barza, “la que no se tapa la cara ni agacha la cabeza”, es decir, desveladas. Un hombre o una mujer barz son “conocidos por su raciocinio”, “de criterio apreciado”, con una vida social que incluye organizar en su casa reuniones cultas o políticas. Y todo ello estaba simbolizado en el rechazo al velo. Eso fue en los primeros tiempos del islam, y ha pasado mucha historia sobre todo ello.

Imagen promocional de la web de moda islámica Al-humaira Contemporary. Al-humayyira era el apodo cariñoso con que Mahoma llamaba a su querida Aisha, y que Fátima Merissi traduce por “la pelirrojilla”. http://www.alhumairacontemporary.com/
El velo en occidente y en España
El uso del velo es anterior al islam, y responde a una concepción del cuerpo de la mujer que se extiende por todo el Mediterráneo y Oriente Medio. Las antiguas hebreas se cubrían la cabeza, así como las matronas romanas. El cabello de la mujer históricamente ha sido considerado seductor, y por tanto incitador del pecado. María Magdalena, ejemplo de mujer pecadora aunque redimida, es la única santa que tradicionalmente se representa sin velo. Esta enfatización del pelo pecador de la Magdalena es tan intensa, que algunos retablos medievales la muestran completamente cubierta por su cabellera hasta los pies. Por el mismo motivo, hasta el Concilio Vaticano II a mediados del siglo XX, las mujeres no pudieron entrar en una iglesia con la cabeza descubierta, siguiendo la confusa disposición de San Pablo en su primera carta a los Corintios (11, 10): “Precisamente por esto [porque la mujer debe obediencia al hombre], y por causa de los ángeles, [nunca he entendido esta expresión] la mujer debe llevar sobre la cabeza una señal de autoridad [de la autoridad del hombre sobre ella, el velo]”. Por tanto, las creencias y prácticas musulmanas respecto al velo no corresponden a “otra cultura”, sino a un trasfondo compartido por todos nosotros.

Marcas de moda islámica de alta costura. 
 
No se trata de un enfrentamiento entre el “mundo cristiano” y el “mundo musulmán”, sino entre una concepción laica de la sociedad y otra donde la religión está muy presente. El rechazo al islam se engloba dentro de los prejuicios occidentales hacia la religión en general, que ahora es vista sólo como fuente de superstición e irracionalidad. Los países musulmanes no pudieron realizar su propia secularización, por diferentes motivos, en el siglo XX; ahora, se produce una reislamización que, como se ha explicado antes, no es una vuelta “a lo antiguo”, sino su negación, más bien una reinvención identitaria.

Que el velo provoque malestar en el secularizado occidente ha sido un incentivo para convertirlo en un símbolo (es decir, que las dos posturas se alimentan la una a la otra). Es significativo que las leyes que intentan prohibirlo estén respaldadas por políticos de derechas, mientras que los de izquierdas votan en contra. Los políticos liberales se debaten entre luchar por la liberación de la mujer, o en defensa de las libertades personales. Los políticos conservadores, especialmente en España, se alinean con la xenofobia tradicional, la que se remite a la Reconquista. El “moro” forma parte del acerbo cultural, como una figura siempre al acecho que ansía recuperar el territorio conquistado. La España tradicional no está acostumbrada al extraño ni al diferente, ya que la sociedad ha sido totalmente uniforme durante siglos. Juan Goytisolo escribió en España y sus ejidos: “Si no somos racistas se debe ante todo al hecho de que España fue el primer país moderno que “resolvió” de modo tajante el problema de las razas, acosando, persiguiendo, robando y expulsando por fin masivamente a moros y judíos.”

Es la uniformidad, y no tanto la laicidad, la que preocupa a la sociedad española, y suele ser la causa de los conflictos en las escuelas, porque los velos de las chicas se saltan normativas sobre la vestimenta de los alumnos. La mayoría de los españoles no están acostumbrados a ver gente diferente, y creen que la integración significa asimilación, que los diferentes cambien sus tradiciones, su manera de vestir, su religión, su idioma, y a poder ser su piel, o mejor que se disuelvan, o mejor que no vengan, para que todos seamos lo mismo y se mantenga inalterada “nuestra cultura”.

Qué significa el velo
El velo se convierte en bandera del islam, sin embargo es una bandera que sólo pueden enarbolar las mujeres; desgraciadamente, los hombres musulmanes no tienen símbolo alguno con el que identificarse, aunque tampoco parece que lo reivindiquen. No hay que confundir este nuevo movimiento con una simple tradición, porque tiene muchos otros aspectos. Muchas mujeres de mediana edad que proceden de pueblos o entornos tradicionales llevan el velo cuando vienen a Europa, simplemente porque es lo que han hecho siempre. Es su forma tradicional de vestir y se sentirían incómodas si no lo llevaran. Ese velo no es de origen religioso, sino étnico (aunque es posible que ellas no sean conscientes de la diferencia).

En cambio, no es tradicional que mujeres de culturas que nunca han utilizado el hiyab lo lleven ahora, como las mujeres indias o paquistaníes, las indonesias o las del centro de África; generaciones de antepasadas suyas fueron perfectas musulmanas sin utilizarlo. Tampoco se habían visto nunca en la historia del islam a niñas de 8 o 10 años con velo: es imposible considerarlo tradición. Éste es un velo de moderna aparición, que se elige y en el que se deposita la identidad. Se ha reinterpretado y se le han dado nuevos valores, ya no relacionados con la tradición. Hay muchas páginas de internet en que chicas modernas y occidentales reivindican el velo, y de paso, el código hiyab de vestir, con argumentos como que es una reacción contra la opresión que la moda y la imagen imponen a las mujeres. Algo así como: nadie me juzga por mi aspecto... porque no pueden verlo. Y de paso, como no voy provocando, los hombres no me acosan y puedo ir tranquila por la calle (argumento que pueden contradecir las mujeres de los países árabes, véase Egipto sin ir más lejos). No deja de llamarme la atención la dispar situación de las mujeres iraníes, que se cubren por ley desde hace décadas: las jóvenes que han vivido esta obligación abominan del velo, y discurren mil maneras de saltarse las disposiciones y liberar sus cabellos y su cuerpo. No rechazan la religión, sin embargo, pero han sufrido en sus carnes que el paraíso islámico no existe sin libertad.

En la mayoría de los testimonios que he leído, las chicas afirman que no se sienten oprimidas, que para ellas el velo no significa opresión, sino algo muy diferente. El hiyab está de moda, como se puede comprobar en las fotos que acompañan este artículo, sacadas de páginas de moda islámica. Ninguna de estas mujeres parece nada oprimida, y dudo que se sientan así. Están muy lejos del chador, del niqab, y por supuesto del burka. Estas imágenes fashion son un magnífico ejemplo de islam reinventado que ignora su propia historia, en este caso la historia del velo y de lo que significa, de las mujeres barza, de Sakina y tantas otras.

Es evidente que el velo es una imposición masculina, no porque las mujeres o las niñas que lo llevan hayan sido coaccionadas para ello, sino porque forma parte de la cultura patriarcal, y su vuelta ha sido propiciada por el auge del fundamentalismo. También es evidente que éste se alimenta del anti-imperialismo heredado de la descolonización, y que incluye un sentimiento anti-occidental. Esto hace que las jóvenes rechacen los valores occidentales, y adopten las formas más restrictivas de religiosidad. No se trata sólo de una manera de vestir, sino de una actitud de represión que abarca muchos aspectos de la vida. Muchas veces me he encontrado con el comentario: “sólo es un trozo de tela”, como si fuera una banda, una gorra, un pin que uno lleva para identificarse con su equipo de fútbol o su partido político. Pero el velo se lleva en todo el cuerpo, en toda la vida, en cómo se vive, en todo lo que se hace. Por ejemplo, aquí, en mi ciudad, nunca he visto a una mujer con velo tomando el sol en la playa, o bailando en las fiestas del barrio (y eso que hay conciertos para todos los gustos), o haciendo running (y me cruzo con decenas de runners cada día). Son cosas que hace gente muy variada, con diferentes gustos u opiniones. Son acciones, éstas u otras parecidas, sin connotaciones, universales e intemporales. Se hacen con el cuerpo. Ellas no las hacen.

Se puede llevar el velo como símbolo de lo que apetezca, pero si estas mujeres están dejando de hacer algo con su vida sólo porque no es lo correcto, no es apropiado, no lo debe hacer una mujer decente/buena musulmana... Eso es volver a María Magdalena, a la mujer pecadora/la mujer decente, a la mujer pública/la mujer privada. La mujer que sólo se define por lo que el hombre ve/no ve de ella. Cuyo centro de interés y única referencia es su cuerpo. Unos conceptos bien conocidos en las culturas mediterráneas, antiguos, arraigados, y que no tienen NADA que ver con la religión. A mí que no me intenten vender ese cuento.

Sin embargo, yo no estoy a favor de ninguna prohibición, ni de ninguna ley en contra. No creo que sea un asunto de leyes. El velo es un signo de los tiempos y lo que hay que hacer es entender los tiempos e ir a la verdadera raíz de los problemas. La actitud de “a favor o en contra” no sirve de nada, y espero, como en todo, encontrar un punto intermedio. Me gustaría ver a las mujeres con velo haciendo todas las cosas que he dicho antes, que se pongan o se quiten el velo cuando crean que deben hacerlo, que tengan una idea positiva de sus cuerpos y no los vean como fuente de pecado. El verdadero problema es el de la identidad: por parte de los inmigrantes, que han de reinterpretarla, y no pueden limitarse a la asimilación; por parte de las sociedades de acogida, que han de entender que la uniformidad es irreal y que su identidad nacional no puede basarse en ideales trasnochados. No es un tema fácil ya que interfiere con el de la violencia terrorista. Las crisis económicas, además, provocan el extremismo y la utilización electoralista de la xenofobia. Por ello se impone más que nunca revelar la auténtica naturaleza de los conflictos, y hacer ver que las culturas son fluctuantes, mutantes, adaptables y siempre deben ser enriquecedoras.


Lecturas recomendadas:

GOYTISOLO, Juan (2003). España y sus ejidos. Majadahonda: Hijos de Muley-Rubio.

MERNISSI, Fátima (1999). El harén político: el profeta y las mujeres. Guadarrama: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, DL.

MOTILLA, Agustín (coord.) (2009). El pañuelo islámico en Europa. Madrid: Marcial Pons.

ROY, Olivier (2003). El Islam mundializado: los musulmanes en la era de la globalización. Barcelona: Bellaterra.

STOLCKE, Verena. “La nueva retórica de la exclusión en Europa”, versión revisada de su artículo de 1995 “Hablando de la cultura: nuevas fronteras, nueva retórica de la exclusión en Europa” a Current Anthropology, 36 (1). Pp. 1-24. Chicago University Press.

Entrada originalmente publicada en La mano blanca de la luna