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En esta nueva familia de sus seguidores no hay padres. Solo el del cielo. Nadie ha de ocupar su lugar. En el reino de Dios no es posible reproducir las relaciones patriarcales. Todos han de sentarse en corro en torno a Jesús, renunciando al poder y dominio sobre los demás para vivir al servicio de los más débiles e indefensos.
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Los seguidores de Jesús encontrarán un nuevo hogar y una nueva familia. ¡Cien hermanos y hermanas, cien madres! Pero no encontrarán “padres”. Nadie ejercerá sobre ellos una autoridad dominante. Ha de desaparecer el “padre”, entendido de manera patriarcal: varón dominador, amo que se impone desde arriba, señor que mantiene sometidos a la mujer y a los hijos. En la nueva familia de Jesús todos comparten vida y amor fraterno. Los varones pierden poder, las mujeres ganan dignidad. Para acoger el reino del Padre hay que ir creando un espacio de vida fraterna, sin dominación masculina.
Otra fuente cristiana nos ha transmitido también unas palabras en las que Jesús ofrece una justificación de esta “ausencia de padre” en su movimiento. Es un texto fuertemente anti-jerárquico donde pide a sus seguidores que no se conviertan en un grupo dirigido por sabios “rabinos”, “padres” autoritarios o “dirigentes” elevados sobre los demás: “Vosotros no os dejéis llamar rabí, porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois hermanos. Ni llaméis a nadie "padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar "directores", porque uno solo es vuestro "Director": el Cristo” (Mateo 23,8-11). En su conjunto, este texto está elaborado por Mateo como advertencia crítica a la jerarquía que empieza a emerger en las primeras comunidades cristianas. Sin embargo, no pocos estudiosos lo consideran el eco de algo que dijo Jesús en coherencia con otros textos auténticos.
Nadie puede llamarse ni ser “padre” en la comunidad de Jesús. Sólo Dios. Jesús lo llama “Padre” no para legitimar estructuras patriarcales de poder en la tierra, sino precisamente para impedir que, entre los suyos, alguien pretenda reivindicar la “autoridad del padre”, reservada exclusivamente a Dios.
Por otra parte, la imagen de Dios Padre que ofrece Jesús tiene rasgos entrañables y maternales. Es un Dios compasivo que lleva a sus hijos e hijas en sus entrañas, cuida de los seres más frágiles de la creación, da cosas buenas a sus hijos, abraza y besa efusivamente a sus hijos perdidos al recuperarlos vivos... (Lucas 11,11-13; 12,29-32; 15,11-32).
Cuando el poder patriarcal desaparece, hacen su aparición los niños. Ellos son, junto a las mujeres, los más débiles y pequeños de la familia, los menos poderosos y los más necesitados de amor. Según Jesús, ellos han de ocupar el centro en el reino de Dios. En la sociedad judía, los niños eran signo de la bendición de Dios, pero solo eran importantes cuando alcanzaban la edad para cumplir la ley y tomar parte en el mundo de los adultos. Las niñas no son importantes nunca, mientras no tengan hijos, a ser posible varones.
Jesús va a sugerir a sus discípulos un mundo nuevo y diferente. Según un relato recogido en Marcos (Marcos 9,33-37), los discípulos varones andan discutiendo sobre el reparto de poderes y autoridad. La llamada de Jesús a acoger a los niños tuvo, al parecer, gran importancia, pues dio lugar a toda una serie de dichos que se encuentran en la fuente Q y en Juan bajo formas diferentes. En su origen hay, con toda probabilidad, un gesto y un dicho de Jesús, que han quedado oscurecidos por la redacción de Marcos y la tradición posterior.
Jesús va a hacer un gesto llamativo para que se les grabe bien cómo entiende él su comunidad de seguidores: lo importante no es ser el primero o el mayor, sino vivir como el último sirviendo a todos: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Jesús toma luego a un niño y lo pone en medio del grupo en señal de autoridad. Lo estrecha entre sus brazos con cariño, como si quisiera regalarle su propia autoridad. Los discípulos no saben qué pensar de todo aquello. Jesús lo explica en pocas palabras: “El que reciba a un niño como este en mi nombre, me está recibiendo a mí; y el que me reciba a mí no me estará recibiendo a mí, sino a aquel que me ha enviado”. En el movimiento de Jesús son los niños los que, en su pequeñez, tienen autoridad. Son los más importantes y han de ocupar el centro, porque son los más necesitados de cuidado y de amor. Los demás, los grandes y poderosos, empiezan a ser importantes cuando se ponen a servir a los pequeños y débiles."
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, Jesús. Aproximación histórica, PPC, Madrid, 2007, PP.196-197.