Mi matriarca me propuso el matrimonio hará unos once años, tras sólo tres meses de noviazgo. Coincidencia o no, en Orango Grande también son las mujeres (heterosexuales) quienes proponen matrimonio a los hombres: ellas siempre son las que eligen.
Para los amantes del ecoturismo, respetuoso con la naturaleza y la cultura locales, una ONG española ecologista (Fundación CBD-habitat) gestiona un proyecto turístico de calidad, sin injerencias en la cultura local, cuyos beneficios se distribuyen entre la población nativa.
Para más información al respecto: www.orangohotel.com
Me apena confirmar que una desviación patriarcal del cristianismo es el principal enemigo de esta peculiar cultura, tal como explica este artículo que he traducido de USA Today...
Fotografía de Rebecca Blackwell
Él sólo tenía 14 años cuando la chica entró en su cabaña y colocó ante él un plato de pescado. Como todos los hombres en esta isla africana, Carvadju Jose Nananghe sabía exactamente qué significaba eso. No tenía la opción de rechazarlo. Con el corazón acelerado, elevó el plato aromático basado en una antigua receta, accediendo con un bocado a casarse con la chica.
"Yo no sentía nada por ella", dice Nananghe, ahora con 65 años. "Luego, tras comer ese plato, fue como un flechazo: sólo la quería a ella."
En este archipiélago de 50 islas al oeste de África, son las mujeres, y no los hombres, quienes eligen. Ellas proponen públicamente colocando a sus futuros novios un plato de pescado preparado con distinción, marinado en aceite de palma roja. Una vez hecha la oferta, los hombres no pueden negarse.
Rechazarlo, explica Nananghe, recordando ese día hace medio siglo, hubiera significado deshonrar a su familia. "En cualquier caso, ¿por qué querría un hombre escoger a su esposa?"
"El amor aparece primero en el corazón de la mujer", explica él. "Una vez está en la mujer, sólo entonces puede saltar al corazón del hombre".
Pero las bruscas mareas y estrechos canales que mantenían a los forasteros alejados de estas islas remotas ya no pueden seguir protegiéndoles del mundo moderno. Los jóvenes de Orango, a 40 millas al oeste de la costa de Guinea Bissau, encuentran trabajo como transportistas turísticos en los hoteles de las islas más modernizadas. Otros recolectan el aceite de las palmeras y lo venden en tierra firme.
Vuelven practicando una nueva forma de cortejo, una que los ancianos encuentran totalmente escandalosa.
"Ahora el mundo está patas arriba", se quejaba Cesar Okrane, con sus 90 años, con los ojos oscurecidos por las cataratas. "Los hombres ahora van detrás de las mujeres, en vez de esperar a que ellas se les acerquen".
Para un hombre, atreverse a proponer una relación es peligroso, dicen los tradicionalistas de esta isla de 2.000 habitantes.
"La elección de la mujer es mucho más estable", explica Okrane. "Raramente había divorcios. Ahora, con los hombres eligiendo, el divorcio se ha convertido en la norma."
No hay informes oficiales disponibles, pero todos los lugareños coinciden en señalar que ahora la tasa de divorcios se ha disparado respecto a los tiempos en que el hombre esperaba una propuesta en un plato.
Tras la proposición, ellas se proveen de los materiales para construir la casa, tomados de las blancas playas que rodean el archipiélago. Las mujeres han construído todas las casas de este poblado, usando lianas como cuerdas, cortando hierba para los tejados y moldeando ladrillos con arcilla rosada. Sólo cuando la casa se ha construído, un proceso que dura cuatro meses, la pareja podía mudarse y hacer oficial su matrimonio.
Existen numerosas culturas matrilineales en distintos reductos del planeta, incluso en otras partes de África. Por ejemplo, la de la provincia de Yunnan (China) y en el noreste de Tailandia, dice la antropóloga Christine Henry, investigadora del Centro Nacional Francés para la Investigación Científica.
La etnia de Orango se distingue por la incuestionada autoridad femenina en cuestiones amorosas. "No sé de otros lugares donde ocurra de manera tan indiscutible", dice Henry, autora de un libro que recoge las costumbres del archipiélago.
Uno de los evidentes signos de cambio es el material elegido para la casa más nueva de la isla: el cemento. Además, está siendo construída por obreros contratados, no por las mujeres nativas.
Aunque las sacerdotisas todavía controlan las relaciones de la isla con el espíritu de la Tierra, su influencia está siendo puesta en duda por los misioneros cristianos que han establecido aquí sus iglesias.
"Cuando me case, será en una iglesia, con un vestido blanco y un velo", cuenta Marisa de Pina, de 19 años, con pose desenfadada. Nos explica que en la iglesia protestante a la que asiste les enseñan que son los hombres, no las mujeres, quienes deben dar el primer paso. Así pues, ella está a la espera de que un hombre se le acerque para proponerle matrimonio. Para justificarlo, da un salto al interior de su cabaña y sale con un Nuevo Testamento lleno de post-its, cartas y demás documentos.
Su decisión ha causado estragos en el seno de su familia.
Al igual que su sobrina, Edelia Noro viste ropa de centros comerciales, en vez de los vestidos confeccionados con materia prima local. Ella también va a la iglesia. Pero ella no cree que estas injerencias del exterior lleguen a alterar su sistema de cortejo.
Aunque las costumbres únicas de estas islas van desapareciendo, quedan bolsas de resistencia. A menudo, las mujeres convencen a los hombres de la vuelta a las costumbres pasadas.
Laurindo Carvalho (23 años) conoció a su chica con 13 años. Trabajaba en un hotel, vestía tejanos, poseía un teléfono móbil y vivía como un hombre moderno, y así pensó que podría burlar la tradición y pedir matrimonio a esa chica. Con una bofetada, ella le rechazó.
Pasados seis años, cuando ambos tenían 19, escuchó alguien llamar a la puerta. Fuera, su amor estaba aguantando un plato de delicioso pescado con una amplia sonrisa en los labios.
Carvalho aún sigue llevando los tejanos y deportivas Adidas, pero se ve a sí mismo implicado en la fibra matriarcal del pueblo. "¡Aprendí de forma clara y tajante que aquí un hombre nunca se adelanta a una mujer!", admite.
Rebecca Blackwell