6 de septiembre de 2019

El precio de la blanca palidez




La polémica sobre las cremas blanqueadoras de la piel que se venden en oriente llega de vez en cuando a occidente a causa de algún anuncio especialmente vergonzoso. Lo cierto es que la mayoría de estos anuncios no podrían emitirse en Europa o América sin ser denunciados, pero son de lo más corrientes en Asia (también en África, pero sus mercados no son tan poderosos). Mucha gente remarca la ironía de que medio planeta compre productos para broncearse, mientras el otro medio los compra para palidecer. Sin embargo, sería un error quedarse en esta comparación y achacar todo el asunto a una cuestión de moda y estética. Como en todos los asuntos humanos, éste tiene muchas otras facetas.



En oriente como en occidente, durante milenios, la palidez fue un rasgo de belleza. Es sabido que esto se debía al hecho de ser un marcador social: los campesinos trabajaban al aire libre y el sol los tostaba, mientras los ricos y nobles se podían permitir estar a cubierto y mantener la piel pálida. He visto fotos familiares de campesinas en los años 40 o 50, en que se las veía trabajando en el campo cubiertas con grandes sombreros, pañuelos que les tapaban casi toda la cara, guantes y pantalones largos, todo para evitar perder su blancura, y parecer, aunque fuera una ilusión, que en realidad no trabajaban.




Pero para las clases altas esto estaba cambiando: en la mayoría de los países occidentales, la fuerza de trabajo no era agraria, sino proletaria; los trabajadores pasaban el día encerrados en fábricas y oficinas; los altos empleados, los jefes y propietarios, o los que no necesitaban trabajar, se podían permitir largas vacaciones en la costa o en playas tropicales, en cruceros, en hoteles, etc. Por lo tanto, estar bronceado se convirtió en el nuevo signo de prestigio social. Estos conceptos se instalan en la mentalidad colectiva con fuerza, porque el estándar se convierte en un mecanismo de presión: de ahí el éxito de las cabinas de rayos uva; he visto mujeres desesperadas por ponerse morenas antes de empezar a ir a la playa, porque les daba vergüenza aparecer “demasiado blancas”; y tras el verano he tenido que soportar las observaciones despectivas de “¡qué blanca estás!” con el doble sentido de: ¡no has tenido vacaciones!, mientras las susodichas presumen de su color chocolate que implica estupendos viajes por las islas.



El porqué este proceso no se ha dado en Asia tiene que ver con su historia, marcada a fuego por el colonialismo. En la India, en el sudeste asiático, y por mimetismo en otros países no directamente colonizados, la cultura tradicional de aprecio por la palidez se entremezcla con el sentimiento de inferioridad inculcado por varios siglos de influencia occidental. El concepto de oscuridad igual a suciedad se puede encontrar en muchos repugnantes anuncios de jabón antiguos. Los nativos eran inferiores, salvajes, incultos... y oscuros. 

 

Otro fenómeno importante que se daba en las sociedades colonialistas era el de las capas intermedias de mestizos entre los blancos y los nativos, capas de población que ocupaban lugares preferentes en la administración y las estructuras coloniales: los nativos sabían que, mientras más pálidos fueran, más posibilidades tenían de ascender socialmente, de ser perdonados por su origen oscuro. Desgraciadamente, éste fenómeno también era muy conocido entre los negros de los Estados Unidos, donde se pueden encontrar también viejos anuncios de cremas blanqueadoras: durante mucho tiempo, la palidez era un grado de valor social, fomentado por los propios afroamericanos, ya que podía facilitarles el acceso a trabajos mejor pagados. Posiblemente, aún ahora la palidez supone un rasgo que inconscientemente sigue significando una mayor aceptación por parte de la cultura blanca.




Porque la valoración de la palidez tampoco ha desaparecido del todo en occidente, y la moda vuelve de tanto en tanto. No sé cómo está la situación ahora, pero recuerdo temporadas de los ochenta y los noventa, después de un verano machacando con los anuncios de cremas para tostarse, llegar al otoño y descubrir que la nueva temporada promocionaba “la tez pálida” (la industria de la moda, siempre fomentando nuestra esquizofrenia).




En los anuncios orientales, el tema del triunfo social está siempre implícito: una chica (o chico) oscura/o es ignorada/o por todo el mundo, hasta que una amiga o amigo le recomienda la crema en cuestión que la vuelve pálida o pálido, y entonces los chicos y chicas caen a sus pies, y en el trabajo es aplaudida/o por todos. Las marcas de estas cremas son internacionales: Palmolive, Nivea, etc., con productos especiales para el mercado asiático, que por supuesto son tan falsos como las cremas rejuvenecedoras y otros timos que se dedican a explotar las debilidades de las consumidoras: no hay ningún producto que aclare la piel, tan sólo sería útil protegerse de los rayos solares, pero no se puede ir más allá de lo que la genética dicta. Existen, claro, tratamientos químicos que se pueden conseguir por un pastón en las clínicas de estética, y que todas las ricas se hacen. La mayoría son negativos para la piel y la salud, y el resultado se parece tanto a la blancura como el tratamiento con bótox se parece a la juventud. Pero dejando aparte estos productos legales, para las mujeres pobres aún existen cremas ilegales de fabricación china, muy extendidas en los mercados asiáticos y africanos, que incluyen ingredientes como el mercurio y producen graves lesiones en la piel de estas consumidoras que se han creído el cuento de la crema milagrosa.



Los estudios afirman que el mercado de las cremas blanqueadoras no hace más que crecer, junto con las emergentes economías asiáticas. Para muchas mujeres sigue siendo una cuestión vital: es sabido que todavía una novia oscura debe pagar más dote en la India. Muchas consumidoras lo defienden como una simple opción estética, y es cierto que en los países asiáticos se percibe como algo normal. Incluso algunas de estas cremas se normalizan evitando hablar de blancura y aludiendo a “piel más brillante”, aunque las imágenes promocionales ilustran lo que eso significa en realidad. Pero en un mundo globalizado todo está a la vista del mundo entero. Los vídeos de youtubers que prueban productos de belleza son visionados en todo el planeta, y los de aquellos que prueban cremas blanqueadoras, mostrando el antes y el después, están llenos de comentarios de condena de habitantes de otros países donde esta actitud hiere la sensibilidad, sobre todo de afrodescendientes en el primer mundo, cuyas poblaciones han librado una larga batalla para valorar sus rasgos no-europeos. Las cremas blanqueadoras no son inocuas: esconden un rechazo de la propia identidad, un sentimiento de inferioridad y una persecución de un ideal negativo e imposible, que, como todo en el mercado de consumo, promueve una insatisfacción permanente que sirve para multiplicar las ventas.


Artículo publicado originalmente en La mano blanca de la luna